CUANDO MUERE EL POETA

Por: Kepa Murua

La muerte es un referente válido para ahondar en la trascendencia de cualquier hecho humano. En la cercanía de la muerte, hablar de ella podría ser peligroso cuando nos acecha y le tememos. En la religión, es un preámbulo como una luz indescifrable que aguarda a lo desconocido. La muerte es silencio, pero en la poesía parece que debe uno morir ante el mundo para que ante los ojos de los demás aparezca el poeta que fue, si antes no ha sido justamente reconocido. En poesía, la muerte es un grito demoledor que te hace caminar sin rumbo fijo y sin camino. En el trayecto, si no eres nadie y mueres, parece que eres alguien. Si no eres nada y te matan, también en vida, con la muerte serás algo. En el juego de la vida y la muerte, si te aniquilas, siendo nadie, estarás bien muerto a la espera de ser alguien. La muerte en poesía es un fiero reflejo del acontecer humano, pero el morirse en poesía se nos muestra a cara descubierta en el último aliento. Al sentir la muerte de alguien a quien queremos, traspasamos su abandono para recordar la vida y comenzar a escribir de nuevo. Cuando muere el poeta, el mejor homenaje es leer sus versos o callar con ellos; pero como una burda jugarreta de la vida que te persigue, se reconocen antes sus defectos y se difuminan sus virtudes, inevitables en todo hombre que lucha por sobrevivir como poeta ante lo baldío de su esfuerzo. Es la ley de los otros poetas, los que viven como buitres al amparo de una herencia desconcertante. Pero si en vida el poeta conoce la muerte, cuando llega, ya nada le confunde, ya nadie le consuela, nada le conmueve. Nada de nada. No son suyas las palabras que los otros poetas escribirán con su recuerdo. Sólo la poesía que acontece entre su primera muerte y su última vida. La muerte real alcanza en sinceridad su altura y no le traiciona. Vuela con la premonición que aguarda la memoria y la palabra justa en el justo momento de un silencio, como de muerte, que jamás le envilece: todo lo contrario, llega a un lugar en el que se reconocen los silencios y se vive.  Recordar es sentir la vida traspasada por la palabra en poesía y fundirse en su eternidad, el coraje ante lo inevitable de la muerte.

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