PALABRAS CON HISTORIA: PACIFISMO

POR: Marcos López Herrador

Conjunto de doctrinas en favor de la paz, y contrarias a la guerra, la violencia, y a los factores que las hacen posibles.

La Naturaleza se caracteriza porque en ella rige la ley del más fuerte, que es el mecanismo de selección natural por el que los individuos mejor adaptados sobreviven, transmiten sus genes y contribuyen a la evolución de la especie.

        El hombre, como ser vivo que forma parte de la Naturaleza, no escapa de estar sometido a ese principio de la evolución, resultando además que el hecho de estar dotado de inteligencia le convierte en especialmente peligroso, al verse casi ilimitada su capacidad de ser violento para conseguir lo que quiere. Sin embargo, resulta que poder razonar le lleva, por otra parte, a convencerse de que la fuerza bruta no puede ni debe ser el principio sobre el que se fundamenten las relaciones humanas.

        La guerra es tan antigua como el hombre, y no es otra cosa que la aplicación práctica de esa ley del más fuerte, de la que hemos hablado. La paz, por consiguiente, es una aspiración igual de antigua y humana.

        Siempre ha habido hombres dispuestos a utilizar sin escrúpulo alguno la violencia para imponer su poder a los demás, someterlos a su voluntad, y esclavizarlos o privarlos de sus propiedades.

        Siempre ha habido hombres pacíficos, que no han aspirado a otra cosa que, a poder trabajar en paz para prosperar con los frutos de su trabajo, atender a las necesidades de su familia, ayudar a su comunidad y a cuantos le rodean prosperando sobre la base del entendimiento y el respeto mutuo.

        El hombre pacífico no vive para la guerra y, por tanto, no se ejercita en el uso de las armas, cosa que sí hace el que es violento y quiere dominar a los demás. Se produce entonces una situación en la que el hombre de paz es más débil y vulnerable ante aquel que, careciendo de escrúpulos, está dispuesto a atacarle. El hombre pacífico sabe que no puede convencer a quien no quiere ser convencido, que no puede utilizar argumentos ante quien quiere utilizar las armas, y que no puede razonar con principios morales ante quienes no tienen escrúpulos, ni buscan la paz o la verdad, sino los bienes ajenos como medio de obtener riquezas a través del atajo de la violencia, antes que, por el largo, fatigoso, y no tan rentable camino del propio trabajo o esfuerzo.

        El hombre pacífico siempre ha sabido que, para defender la paz que quiere para sí y para los suyos, debe disponer de la fuerza necesaria para hacer frente a los enemigos que pretendan atacarle. Siempre ha sabido, por tanto, que debe disponer de armas tan poderosas, o más, que las que puedan tener ellos. Jamás las utilizará para imponerse a otros que no le amenacen, pero sí estará dispuesto a utilizarlas contra aquellos que, manifestándose enemigos, pongan en peligro la paz.

        El siglo XX ha sido testigo del nacimiento del pacifismo contemporáneo, surgido en torno a la figura de Mahatma Gandhi, y la descolonización de la India, por parte de la Gran Bretaña. A su alrededor se ha creado el mito moderno, elevado a dogma de lo políticamente correcto, de que la pasividad ante el enemigo armado y hostil tiene por sí misma tal fuerza moral que ese enemigo no puede hacer otra cosa que ceder dócilmente ante la razón del que tan pacíficamente se resiste.

        Nadie parece caer en la cuenta de que el gran ejemplo de Gandhi resulta por completo engañoso. Nadie parece estar dispuesto a considerar que aquel pacifismo no tenía fuerza por sí mismo para conseguir la liberación pretendida de la India, y que lo que sí resultó determinante fue la categoría ética, la altura moral de una sociedad como la británica que, ante la actitud pacífica del pueblo indio, decidió que no estaba dispuesta a denigrarse utilizando contra él la violencia armada, y cedió entonces admitiendo su justa demanda.

        Cuanto digo queda confirmado porque la misma clase de actitud pacífica pretendió prevalecer en China, cuando en la plaza de Tiananmén, en el año 1989, los estudiantes que pedía libertad fueron masacrados sin piedad. Allí se demostró que esa clase de pacifismo sólo funciona si el más fuerte sabe apreciar su valor moral, cosa que estuvo lejos de ocurrir en el entorno de las autoridades chinas.

        Lo peligroso del pacifismo no es sólo pensar en los términos expuestos, sino asumir la conclusión supuestamente lógica de que, puesto que basta con la no violencia, en Occidente debemos desarmarnos.

        Y nada más peligroso, porque eso supone quedar a merced de cualquier enemigo o intereses que no sostengan tan caballerosa postura. Mantener la paz exige siempre que cualquiera que pretenda atacarnos quede disuadido de siquiera intentarlo, pero esto es algo de sentido común y, por tanto, difícil de encontrar.

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