JOSÉ DE RIBERA, EL ESPAÑOLETO – MOTOR DEL MOVIMIENTO NATURALISTA EN ESPAÑA

El Atril

Por: Isabel Rezmo

Fue un pintor, dibujante y grabador español del siglo XVII. Desarrolló toda su carrera en Italia, inicialmente en Roma y posteriormente en Nápoles. Ha sido considerado como el punto de arranque del movimiento naturalista en España.

Influida por Caravaggio, su pintura presenta unos marcadísimos contrastes tenebristas, con abundancia de negras sombras, suavizados en su madurez por la inclusión de un colorido y una luz estudiados de los maestros venecianos. Poseedora, además, de unas calidades tan cercanas al realismo que se hacen táctiles en telas y pieles, su obra se caracteriza por una fuerza sorprendente y un verismo que no omite ningún aspecto de la realidad, por más cruel o desagradable que sea.

Se convirtió en el pintor favorito de los virreyes de España residentes en Nápoles, así como de diferentes congregaciones religiosas.  Fue conocido con el sobrenombre de El Españoleto, por su corta estatura.

Biografía

De los primeros 15 años de José de Ribera apenas hay documentación. Se sabe que nació en Xàtiva, en 1591; que su padre fue el zapatero Simón de Ribera, su madre se llamó Margarita Cucó y tuvo un hermano, Juan, que también se dedicó a la pintura y con el que luego compartió casa en Roma. Poco más se puede añadir a la temprana biografía del artista, porque la hipótesis de una formación inicial en Valencia, en el taller de Francisco Ribalta, resulta del todo infundada.

Se marchó a Roma hacia 1606, con 15 años, y así lo manifiesta él mismo en una declaración que forma parte del expediente abierto como requisito previo para su matrimonio con Caterina Azzolino a finales de 1616 –para entonces llevaba ya varios meses residiendo en Nápoles–: “Hará unos diez años que salí de Valencia mi patria y fui a Roma para aprender a pintar, donde estuve diez años”.

A pesar del poco tiempo que pasó en Valencia, él solía emplear la forma valenciana o aragonesa de su nombre: Jusepe, excepto en las firmas en latín, donde escribía Joseph o Ioseph. Y a pesar también de no haber trabajado nunca en España, incluso mientras vivió estuvo ampliamente representado en las colecciones españolas más importantes, especialmente en la Colección Real.

En Roma siguió los pasos de Caravaggio en pintura y se formó a la vez como dibujante claramente académico. Tampoco de los primeros años allí hay información. No es hasta 1612 cuando aparece el primer documento que lo sitúa en la capital italiana, lo describe como pictori in Urbe, lo que significa que ejercía de pintor por cuenta propia.

Antes de eso pasó por Parma, donde pintó, por ejemplo, San Martín y El pobre para la iglesia de San Andrés que, aunque perdido, es conocido por un grabado y varias copias antiguas. Es cierto que el periplo italiano de Ribera no está del todo cerrado, y no se sabe si viajó primero a Nápoles, luego a Roma y después a Parma; o primero a Génova y después a Parma… En cualquier caso, en 1613 –ya miembro de la Academia de San Lucas– aparece con domicilio en la romana Via Margutta, junto a su hermano Juan.

La influencia romana de Ribera reflejada en sus obras, apunta desde la escultura antigua hasta las pinturas de Rafael y Miguel Ángel, Caravaggio, Guido Reni, los Carracci y el Cavaliere d’Arpino. Esto lo sitúa como un pintor plurifacético y complejo, y lo saca del caravaggismo donde ha sido encajonado habitualmente.

En Nápoles se estableció al servicio de los virreyes españoles, y allí permaneció hasta su muerte en 1652. Se casó poco después de llegar con Caterina, la hija del pintor y marchante Giovan Bernardo Azzolino; y empezó a recibir grandes encargos, no solo del virrey, sino de otros nobles españoles, ilustres comitentes y coleccionistas italianos y extranjeros.  Eso explica que sus obras llegasen en abundancia a Madrid; actualmente el Museo del Prado posee más de cuarenta cuadros suyos. Ya en vida era famoso en su tierra natal y prueba de ello es que Velázquez le visitó en Nápoles en 1630.

Desde aquella ciudad desarrolló la mayor parte de su carrera: desde el uso vibrante de la luz y el color hasta el misticismo contrarreformista de cuño ibérico e influencia jesuítica, naturalismo, dibujos, grabados…

Y también desde allí ejerció una enorme influencia en los artistas de su entorno hasta una generación después de su muerte. El artículo de Vitzthum de 1963, Le dessin baroque a Naples, defendía que el papel de Ribera había sido tan fundamental para el dibujo, como el de Caravaggio para la pintura.

La fusión de influencias italianas y españolas dio lugar a obras como El Sileno ebrio (1626, hoy en Capodimonte) y El martirio de San Andrés (1628, en el Museo de Bellas Artes de Budapest). Comenzó entonces la rivalidad entre Ribera y el otro gran protagonista del siglo XVII napolitano, Massimo Stanzione.

En siglos posteriores, la apreciación del arte de Ribera se vio condicionada por una leyenda negra que le presentaba como un pintor fúnebre y desagradable, que pintaba obsesivamente temas de martirios con un verismo truculento. Un escritor afirmó que «Ribera empapaba el pincel en la sangre de los santos». Esta idea equivocada se impuso en los siglos XVIII y XIX, en parte por escritores extranjeros que no conocieron toda su producción. En realidad, Ribera evolucionó del tenebrismo inicial a un estilo más luminoso y colorista, con influencias del renacimiento veneciano y de la escultura antigua, y supo plasmar con igual acierto lo bello y lo terrible.

Su gama de colores se aclaró en la década de 1630, por influencia de Van Dyck, Guido Reni y otros pintores, y a pesar de serios problemas de salud en la década siguiente, continuó produciendo obras importantes hasta su muerte.

José de Ribera está sepultado en la iglesia de Santa María del Parto en el barrio Mergellina de Nápoles.

Obra

Ribera es una de las figuras capitales de la pintura, no sólo de la española, sino de la europea del siglo XVII y, en cierto modo una de las más influyentes, ya que sus formas y modelos se extienden por toda Italia, Centroeuropa y la Holanda de Rembrandt, dejando una gran huella en España. Ribera no va a ser un pintor con un único registro, sino que su lenguaje va a ceñirse con admirable precisión a cada uno de los hechos acaecidos. Superando el tenebrismo inicial, volverá a los intensos contrastes de luz y de sombra cuando ciertos asuntos lo exijan o cuando la iconografía lo reclame.

Podemos decir que es un creador extraordinario, ya que posee la capacidad de crear imágenes palpitantes de pasión verdadera al servicio de una exaltación religiosa, que no es sólo española, sino de toda la Contrarreforma católica y mediterránea; su maestría colorista, que recoge toda la opulencia sensual de Venecia y de Flandes, a la vez que es capaz de acordar las más refinadas gamas planteadas del más recogido lirismo; y su inagotable capacidad de «inventor» de tipos humanísticos que prestan su severa realidad a santos y filósofos antiguos con idéntica gravedad, hacen de él una de las cumbres de su siglo.

Pero la especial circunstancia de ser un extranjero en Italia le ha hecho ser visto como una persona ajena a su tradición y a sus gustos. A su llegada a Italia está en todo su apogeo la novedad caravaggesca, en tensión con la renovación romano-boloñesa que revivía el gusto clasicista. Por este motivo, adoptó el tenebrismo que daban los flamencos y holandeses presentes en Roma, pero no dejó de ver y asimilar algo de las formas bellas del mundo clasicista.

Lord Byron decía de Ribera que pintaba con la sangre de los Santos, por su intensidad en el trazo, por su desgarrada anatomía y por la truculencia de algunos temas. Pero Ribera no es rudo ni primitivo; completa su formación enriqueciéndose con otras obras de la cultura italiana que le son pronto familiares. Ante todo, el estudio de la gran pintura del Renacimiento. En la educación de Ribera hay otro elemento que le distancia de los artistas españoles: es el estudio de la antigüedad clásica, al modo que hacían los maestros renacentistas y barrocos europeos. Se interesa por los temas mitológicos (si bien no tuvo muchos encargos de este tipo) y estudia las esculturas del antiguo Imperio romano. Su extraordinaria calidad como dibujante y su dominio de la anatomía le alejan de los pintores españoles de su época, mayormente limitados por la clientela religiosa y por cuestiones de moral.

A lo largo de sus obras, podemos visualizar que Ribera no va a ser un pintor con un único registro, sino que su lenguaje va a ceñirse con admirable precisión a cada uno de los hechos acaecidos. Superando el tenebrismo inicial, volverá a los intensos contrastes de luz y de sombra cuando ciertos asuntos lo exijan o cuando la iconografía lo reclame.

La obra firmada más antigua que se le conoce es un San Jerónimo actualmente conservado en Toronto, Canadá (National Gallery of Ontario); en la firma Ribera se proclama «académico romano».  Las primeras obras juveniles de Ribera que fueron aceptadas como autógrafas, son cuatro óleos de una serie de Los cinco sentidos (h. 1615), que ahora se hallan dispersos en cuatro colecciones diferentes: Museo Franz Mayer (México, D. F.), Museo Norton Simon (Pasadena), Wadsworth Atheneum (Hartford, EE.UU.) y colección Juan Abelló (Madrid). Una gran pintura, La resurrección de Lázaro (h. 1616), fue adquirida por el Museo del Prado en 2001, cuando su autoría era aún discutida.

La Galería Borghese de Roma posee El juicio de Salomón, obra que se atribuía a un artista anónimo y que, al asignarse a Ribera, ha permitido indirectamente reatribuirle varias obras más. Se perdió un relevante cuadro de San Martín compartiendo su capa con el pobre, pintado en Parma, si bien subsiste una copia de él.

En 1620 a 1626 apenas se fechan obras pictóricas, pero a este período corresponden la mayoría de sus grabados, técnica que cultivó con maestría. En esta época ya muestra su gusto por los modelos de la vida cotidiana, de ruda presencia, que plasma con pinceladas prietas y delimitadoras de modo semejante a lo que hacen caravagístas nórdicos, los cuales ejercen gran influencia en sus obras por su contacto en Roma

Los años de la década de 1620 a 1630 son aquellos en que, sin duda, Ribera dedicó más tiempo y atención al grabado, dejando algunas estampas de belleza y calidad excepcionales: San Jerónimo leyendo (1624). Entre los años 1626 y 1632 realizó sus obras más rotundas que muestran su fase más tenebrista, son aquellas composiciones severas de grandes diagonales luminosas que llenan la superficie, subrayando siempre la solemne monumentalidad del conjunto con elementos de poderosa horizontalidad, como gruesas lápidas de piedra o enormes troncos.

La década de 1630 es la más importante de Ribera, tanto por el apogeo de su arte como por su éxito comercial. El pintor aclara su paleta bajo influencia de Van Dyck y la pintura veneciana del siglo anterior, sin rebajar la calidad de dibujo y la fidelidad naturalista. Una gran Inmaculada, pintada para el Convento de las Agustinas de Salamanca, es considerada una de las versiones más importantes de tal tema dentro de la pintura europea, y se cree que Murillo la tuvo en cuenta para sus populares versiones posteriores.

Sus temas pictóricos son mayormente religiosos; el artista plasma de una forma muy explícita e intensamente emocional escena de martirios como El martirio de San Bartolomé o El martirio de San Felipe (1639; Museo del Prado), así como representaciones individuales de medias figuras o de cuerpo entero de los apóstoles (Apostolados).

Realizó también obras de carácter profano: En 1629 el duque de Alcalá es el nuevo virrey, y va a ser el nuevo mecenas del pintor; a este le encarga obras como las figuras de filósofos (Arquímedes, 1630, Museo del Prado), temas mitológicos como El Sileno del Museo de Capodimonte de Nápoles de 1626 (es su primer cuadro firmado y fechado), representaciones alegóricas de los sentidos (Alegoría del tacto de 1632, Museo del Prado, conocido como El escultor ciego), unos pocos cuadros de paisaje (dos se han identificado en el Palacio de Monterrey de Salamanca) y algunos retratos como La mujer barbuda (Magdalena Ventura con su marido) (1631, Fundación Casa Ducal de Medinaceli, Hospital Tavera, Toledo).

La década de los 40, con las interrupciones debidas a su enfermedad, acaso una trombosis (a pesar de la cual no rompió la actividad del taller), supuso una serie de obras de un cierto clasicismo en la composición, sin renunciar a la energía de ciertos rostros individuales.  Siguió siendo un artista de éxito comercial y prestigio, y fue maestro de Luca Giordano en su taller napolitano, influyendo en su estilo.

La crisis económica que sucedió a la revuelta de Masaniello en Nápoles (1647) afectó a la producción pictórica de Ribera, quien además se vería envuelto en un escándalo. Para sofocar la revuelta, habían acudido a Nápoles las tropas españolas bajo el mando de don Juan José de Austria, hijo natural de Felipe IV de España. Ribera pintó un retrato de don Juan José a caballo (Palacio Real de Madrid), que luego repitió en grabado; fue el último que produjo. Luego vino el escándalo: según cuenta la tradición, una de las hijas de Ribera, Margarita, fue seducida por don Juan José, una relación ilícita tratándose de una pareja no casada. Hoy se cree que la joven en cuestión no era hija de Ribera sino una sobrina, pero se cree que ante esta situación Ribera enferma reduce considerablemente su trabajo.

Su taller ve reducido el número de oficiales, huidos de Nápoles por temor a las represalias, y, sin embargo, todavía firma alguna de sus obras maestras el mismo año de su muerte y da fin a ciclos largamente meditados.

Son ejemplos de este momento La Inmaculada Concepción (1650, Museo del Prado), San Jerónimo penitente (1652, Museo del Prado) y una gran Sagrada Familia (Metropolitan Museum, Nueva York) cuya ternura y riqueza de color sintonizan con Guido Reni.

Su conocimiento de la Antigüedad queda asimismo demostrado en obras como Venus y Adonis, en la que además se percibe un ligero protagonismo del paisaje, el Triunfo de Baco, Ticio e Ixión (que recuerdan a Miguel Ángel) o su Cristo de la Piedad, entre otros.

Ribera se convirtió en una de las figuras capitales de la pintura, no solo de la española, y, en cierto modo, una de las más influyentes, ya que sus formas y modelos se extienden por toda Italia, Centroeuropa y la Holanda de Rembrandt, dejando una gran huella en España.

Podemos decir que es un creador extraordinario, ya que posee la capacidad de crear imágenes palpitantes de pasión verdadera al servicio de una exaltación religiosa, que no es sólo española, sino de toda la Contrarreforma católica y mediterránea; su maestría colorista, que recoge toda la opulencia sensual de Venecia y de Flandes, a la vez que es capaz de acordar las más refinadas gamas planteadas del más recogido lirismo; y su inagotable capacidad de «inventor» de tipos humanísticos que prestan su severa realidad a santos y filósofos antiguos con idéntica gravedad, hacen de él una de las cumbres de su siglo.

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