HANNAH ARENDT: EL PENSAMIENTO COMO ACTIVIDAD

El Atelier

Por: Inma J. Ferrero

Hannah Arendt nace en Linden-Limmer (Hannover – Alemania), el 14 de octubre de 1906, en el seno de una familia de judíos secularizados. Sus antepasados provenían de Königsberg, en Prusia (la actual ciudad rusa de Kaliningrado), a donde regresaron su padre, el ingeniero Paul Arendt, enfermo de sífilis, su madre Martha Cohn y ella, cuando Hannah tenía solo tres años.  Tras la muerte de su padre en 1913, fue educada de forma bastante liberal por su madre, que tenía tendencias socialdemócratas. En los círculos intelectuales de Königsberg en los que se formó, la educación de las niñas era algo que se daba por supuesto. A través de sus abuelos conoció el judaísmo reformista. No pertenecía a ninguna comunidad religiosa, pero siempre se consideró judía.

Conocida principalmente como ensayista política, Hannah Arendt también fue una crítica literaria sutil y atenta. Entre 1924 y 1929 cursó estudios de filosofía y teología, primero en Marburgo y en Friburgo y, finalmente, en Heidelberg. Tuvo por maestros a Edmund Husserl, Martin Heidegger y Karl Jaspers. Con este último se licenció en 1928.

Obligada a abandonar la Alemania hitleriana en 1933, se trasladó a Francia. Durante la Segunda Guerra Mundial, tras la ocupación alemana de Francia (1940), fue internada con otros emigrados; consiguió huir y se instaló en Estados Unidos. Allí colaboró en numerosas revistas y, tras haber sido invitada sucesivamente por las universidades de Berkeley y Chicago, enseñó teoría política en la School for Social Research de Nueva York.

Autora de numerosas obras, se dio a conocer en 1951 con un trabajo titulado Los orígenes del totalitarismo, en el que, mediante el análisis del imperialismo del siglo XIX y de los regímenes totalitarios del XX, intentaba reconstruir las vicisitudes histórico-políticas que desembocaron en el antisemitismo. De todos modos, este aspecto fundamental de su obra siempre se halla inserto en el cuadro de una reflexión más general sobre la noción de política en el mundo moderno, como sucede en La condición humana (1958), obra en la que la autora se interroga sobre los núcleos esenciales de los conceptos políticos clave, como los de democracia, poder, violencia o dominio.

Puesto que el carácter público de la felicidad y la libertad, que Hannah Arendt identificaba respectivamente con la revolución francesa y la independencia de Estados Unidos (así en Sobre la revolución, 1963), se ha perdido en nuestra tradición, su proyecto se inserta en el ámbito casi utópico de una democracia radical que no se base sobre el principio de soberanía. En su último trabajo, La vida del espíritu, en tres volúmenes y que quedó inacabado, es evidente la referencia cada vez más clara a la influencia del pensamiento de Martin Heidegger, y a la renovación de las reflexiones de la tradición hebraica sobre las nociones de voz, escritura y trazo.

La finalidad de Los orígenes del totalitarismo (obra que sería reelaborada y traducida al alemán por su misma autora para una edición de 1955, prologada por Karl Jaspers) es demostrar que el nacionalsocialismo y el bolcheviquismo son distintos del despotismo y la tiranía, las formas de ejercicio autoritario del poder conocidas desde la antigüedad. Las condiciones y los procesos sociales que condujeron al totalitarismo y al sistema burocrático terrorista de los campos de concentración se analizan sirviéndose de abundante material documental. La autora divide su investigación en tres partes: antisemitismo, imperialismo y totalitarismo.

Según Arendt, los orígenes del totalitarismo se hallan «en la ruina y disgregación de los estados nacionales y en el desarrollo anárquico de las modernas sociedades de masas». Los distintos elementos desencadenados en este proceso de disgregación son presentados en las dos primeras partes del libro hasta llegar a sus orígenes históricos, para ser descritos, en la tercera, en su «cristalizada forma totalitaria». Arendt afirma que el antisemitismo (como concepción política, producto de los últimos decenios del siglo XIX) no puede explicarse simplemente como «odio por los judíos»; las ideas de dominio y persecución nacieron de los lugares comunes antisemitas de la ideología política burguesa cuando se disgregó el estado nacional con sus mecanismos de control.

En el desarrollo de la emancipación política de la burguesía hacia «la alianza entre capital y plebe» y en la sociedad dominada por el concepto seudocientífico de raza, con su máquina burocrática para la aniquilación, Arendt reconoce el resultado «de la propaganda y la organización totalitaria». El aparato estatal se independiza, la política secreta substituye a las leyes y la justicia y los campos de concentración y exterminio «sirven al régimen totalitario como laboratorios para la comprobación de su pretensión de dominio absoluto sobre el hombre». El nazismo y la dictadura de los soviets sólo son posibles, según la autora, porque en estos sistemas «cada persona es reducida a una inmutable identidad de reacciones, de manera que cada uno de estos haces de reacciones puede intercambiarse por cualquier otro»; y uno de los motivos por los cuales el hombre moderno se convierte tan fácilmente en víctima de los movimientos totalitarios es «su creciente distanciamiento».

Otras obras suyas son La condición humana (1958), Eichmann en Jerusalén (1963), Hombres en tiempos sombríos (1968), Sobre la violencia (1970) y La crisis de la república (1972).

Al contrario que otros estudiosos, Hannah Arendt no realizó una «obra tardía» o «de vejez». Más bien lo que hizo fue seguir desarrollando continuamente su pensamiento político y mostró a menudo su valor cívico. No hubo rupturas profundas. A pesar de las sacudidas exteriores, sobre todo la aparición del totalitarismo, el conjunto de su obra está cerrado en sí mismo y no hubo muchas correcciones de fondo. Así, basándose en el concepto kantiano del «mal radical» que adoptó, formuló en 1961 la tesis de la «banalidad del mal», y luego la defendió a pesar de la hostilidad que suscitó durante años.

En sus cartas habla de su deseo de mantenerse productiva hasta la muerte. Tras un primer infarto de miocardio en 1974, retomó sus escritos y la enseñanza y en 1975 (Nueva York) tuvo un segundo infarto mortal en su despacho, en presencia de amigos. Las oraciones fúnebres las pronunciaron, entre otros, su viejo amigo Hans Jonas y representantes de sus alumnos.

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