Por: Kepa Murua

El poeta ha escrito un libro difícil y le cuesta explicarlo. No es que le falten las palabras para hacerlo, porque es evidente que con ellas hace un mundo increíble desde la nada. No es que no quiera hacerlo porque se muestre al descubierto, sino que en el viaje que es la poesía a través del mundo, ha ido más lejos de lo acostumbrado, y eso lo sabe el poeta cuando reconoce su peligro, su salto al vacío, sin red y sin ayuda. Pocos se atreven a hacerlo, pocos hombres sueñan con hacerlo, pocos poetas se atreven a probarse a sí mismos como poetas. Las palabras que se dictan desde una nada que se reconvierte en uno, como una bendición que nos aniquila en el instante en que nos enfrentamos a la verdad de la existencia, son como cuchillos a traición sin apenas tiempo para darnos cuenta de la esencia de las cosas. Los poemas que vienen solos no se pueden explicar, aunque el poeta sabe de lo que habla, en estos no sobra ninguna palabra, no falta nada, ni siquiera el rumor de las cosas, mientras en su memoria transparente y humilde, sintió el misterio que lo conduce hasta llegar al vacío, que es como vienen los poemas después de tanto tiempo de perseguirlos en vano. Porque lo que se dicta desde el interior no es desdén por lo que otros han dicho, ni rabia por los que utilizan las palabras como veneno, sino que es la vida que nos arrebata y no nos hace daño.
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