Por: Kepa Murua

El hombre bajó de los árboles, abrió la boca con admiración y con el gesto encontró un sonido que al acariciar su lengua se articulaba inventora de códigos nuevos y señales disparatadas: había nacido la palabra. Necesitados de colorear lo que decían, de pintar lo que soñaban de un modo natural, la escritura fue su posterior culminación artística. El libro vino mucho después, con paciencia y devoción artesanal, para que las cosas y los hechos tuvieran una constancia y la memoria creciera con tranquilidad frente al poder del olvido. Ha pasado tanto tiempo que nadie se detiene a reflexionar en la evolución del pensamiento y sus formas de expresión en la vida moderna. No importa, porque inevitable el eco alcanza nuestra palabra perdida entre el sueño y la realidad que nos rodea. Agazapada vive una liturgia que desde la divinidad llega hasta nosotros. El ser humano encuentra el conocimiento y el asombro con la palabra, porque aquello que somos capaces de nombrar es lo que da sentido a nuestras vidas. Es una forma de atraer a las cosas para reconocer su sentido, una manera de acercar el pensamiento a nuestra realidad material. Así como el amor incomprendido es un puente entre el cuerpo y el mundo, la palabra respira con lo que sentimos y entre la nada y el todo, aún en el deseo malogrado, aparece la libertad ante la perversión de los hombres. Es estar y vivir encadenado a las palabras para saborear su libertad. Dejémoslo claro, así como el enamorado necesita del amor, la humanidad necesita de la palabra para verse como tal: no ha surgido en la historia ninguna forma de expresión ni de comunicación que la supere. Tampoco ningún poder que se muestre capaz de limitar su riqueza inmediata. El mundo está en las ideas que, con las palabras, explican los universos recónditos. Los del alma, con sus traiciones; los del cuerpo, con sus emociones encontradas y perdidas al instante. Solo hay un pequeño detalle que nos recuerda que todavía el poeta sigue en los árboles: la palabra bendecida por el tiempo crece entre papeles que se cubrieron con un silencio permanente. Este mundo, mágico y antiguo se renueva con nuestro destino. Los acontecimientos no pueden cambiar el poder del tiempo, pero así como hay palabras que valen tanto como el silencio, podremos leer el rumbo del caos entre las cubiertas de un último libro. Puede que entonces baje el poeta de los árboles y nos recuerde cómo era.
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