Por: Kepa Murua

Todo el mundo tiene su poeta, todas las miradas y todos los gestos llevan dentro un poema; todos los ojos ven lo que la mirada del poeta detiene en el tiempo, todas las palabras guardan el silencio sobrecogido mientras las voces palidecen ante el grito del poeta; todos los caminos tienen su vereda de piedras y humo que son señales que la naturaleza emite de la misma forma en la que escribe, con paciencia, el poeta. A un poeta hay que buscarlo, tropezar con él, en algún lugar recóndito encontrarlo, en un libro diferente, en algún momento de tu vida dejarte llevar por él o en una esquina del despertar más tierno apretarle para que no escape. En el infinito descanso de las cosas inútiles abandonarle a sus anchas para que no desaparezca del todo. Es difícil, imposible sólo al principio, pero cuando se da con él se cubren de ceniza todos los fuegos del mundo, se derraman lágrimas como se sueña despierto, vienen las palabras que siendo de él ahora son tuyas. Todo el mundo necesita escuchar una voz en mitad del silencio, un susurro tras la respiración que te abre a una realidad serena, a un abrazo tierno, a un beso en la mejilla, a una caricia diferente. Todo el mundo tiene en la intimidad un poema, todo el mundo lleva en su alma una canción intermitente, una melodía inacabada con una letra que aparece y desaparece igual que juega el poeta con los sentimientos que encuentra a su paso. Todo el mundo tiene su alma en vela, su sueño dormido, una necesidad que llega a las manos del poeta al que no tienes por qué saludar en la calle.