Por: José María Herranz Contreras

Román Hernández Rey, joven escritor madrileño, debuta en la arena literaria con este libro de relatos publicado por “Los libros del Mississippi”. Según sus propias palabras, él mismo se define como “buscador de sensaciones, pecador vocacional y recolector singular de retos”. Para ser el primer libro que publica debo señalar que lo ha trabajado a conciencia y denota conocimiento y oficio, y también que me ha cautivado el tono divertido y fresco de sus historias sin por ello perder hondura y reflexión en el mensaje que transmite. El libro viene prologado por la actriz Inma Cuevas que aporta su certera visión.
“Tempus fugit, carpe diem et memento mori”, así nos dice el autor en su admonición inicial en “Los siete relatos capitales y su fiesta de guardar”. En efecto, conviene recordar que nada tenemos en la vida sino el fugaz momento que debemos aprovechar y disfrutar, ya que el tiempo es fugaz y nos conviene recordar que tarde o temprano moriremos. ¿Qué sentido tienen nuestras obsesivas tareas y los mezquinos sufrimientos en los que, tontamente, nos embarcamos? Pues ninguno en realidad, la tarea más sabia que deberíamos procurar es la búsqueda de la felicidad con lo que tenemos en cada instante, y no hipotecar nada al futuro, como Epicuro nos enseñó.
Así nos lo desgrana Román Hernández Rey capítulo a capítulo en este libro de relatos, donde repasa detalladamente cada uno de los pecados capitales –que bien nos convendría recordar con frecuencia, pues todos somos vulnerables respecto a alguno de ellos- y su correspondiente virtud, y lo hace mediante una bien construida narración coral de múltiples personajes entrelazados unos a otros en las diversas historias que se van sucediendo, con humor, ironía, cierta acidez y mucha, mucha compasión y comprensión por los absurdos y enloquecidos comportamientos que todos manifestamos.
El libro me trae a la memoria, inevitablemente, al Arcipreste de Hita, y su “Libro de buen amor”, donde mezcla de forma irónica, admonitoria y a la vez divertida, asuntos humanos y su relación con lo divino –con la forma correcta de vivir, al fin y al cabo-, aleccionándonos sobre la brevedad de la vida y la necesidad de ser felices, derecho que todos tenemos por el simple hecho de haber nacido.
Toda la narración tiene un tono fresco, divertido, inteligente y muy humano. Estamos ante un fresco de las pequeñas miserias humanas que todos tenemos, y la moraleja es que debemos perseguir la felicidad y ser indulgentes con nosotros mismos y con los demás.

Sin defender especialmente el catecismo cristiano, debemos reconocer que cada uno de los “pecados capitales” se cura con la correspondiente virtud, y ello es algo que la psicología occidental y otras tradiciones humanistas y espirituales de diversas culturas también recogen. La soberbia se corrige con la humildad, la lujuria con la castidad, la avaricia con la generosidad, y así sucesivamente.
¿Cuántos padres conocemos, por ejemplo, similares a Manuel, que creen que sus hijos son superdotados solo por el hecho de haberlos engendrado, cuando no son ni más menos tontos que el común de los demás? Nuestra dudosa inteligencia nos hace partícipes de tamaña bobería.
¿Y qué decir del personaje de Nuno, tan reconocible en las empresas de medio planeta? Un súper listo exitoso en los negocios –que inevitablemente terminan siendo turbios, a medida que aumenta el escalafón social- no es sinónimo de persona feliz, ya que la avaricia encadena abyectamente y nos hace más y más esclavos.
Ira y paciencia, el personaje violento de Felipe, tan reconocible hoy en día entre los maltratadores y los fanáticos políticos y religiosos; nuestra sociedad está bien arraigada en el exceso de ego, y la creencia irracional de que podemos hacer lo que queramos atropellando a los demás y sus derechos. Felipe termina mal, claro, siendo encarcelado.
La gula (y su virtud la templanza) están bien ilustradas en la historia de Clara, una alta ejecutiva empresarial, que termina muy mal con su marido y sus hijos, por sacrificar todo al sinsentido laboral e hipotecar la felicidad a un futuro cada vez más lejano. ¿Quién no ha conocido alguna Clara en su entorno más próximo? Este capítulo me conmovió mucho.
¡Ah, la envidia! El pecado nacional español. Uno de los peores defectos del ser humano, junto a la avaricia. Este capítulo también me impresionó hondamente con la historia de Martín, el sempiterno envidioso de su amigo Manuel, al que el destino parece favorecer continuamente a lo largo de toda su vida mientras le maltrata a él (o eso cree Martín). Está muy bien construido el relato y su moraleja final.
Y el impecable capítulo final, la fiesta de guardar, donde se entrelazan en una divertida fiesta casi todos los personajes que han desfilado por el libro, y que retoma el tono admonitorio del principio recordándonos que la felicidad es el auténtico objetivo de la vida, evitar el sufrimiento, siempre con equilibrio y moderación (“nada en exceso”, nos señalaba Solón de Atenas).
En fin, un libro fresco, divertido y muy humano, que recomiendo a todos ustedes y que nos recuerda que todos tenemos derecho a ser felices: ese debería ser el objetivo de nuestras vidas; y también tenemos que ser compasivos e indulgentes con nuestros defectos y con los ajenos, lo que no quiere decir que nos abandonemos, sino que aprendamos de las moralejas que estos “Siete relatos capitales…” nos enseñan.

LOS SIETE RELATOS CAPITALES Y SU FIESTA DE GUARDAR
Autor: Román Hernández Rey.
Prólogo: Inma Cuevas.
Editorial: Los libros del Mississippi. Colección Narrativa, nº 6.
Año: Madrid, 2023.
ISBN: 978-84-126500-1-3