“DE LA COSTILLA DE ADÁN A CONCUBINA DEL DIABLO.LA DEMONIZACIÓN DE LOS SABERES Y DEL CUERPO FEMENINOEN EL MALLEUS MALEFICARUM” DE YOLANDA BETETA MARTÍN.

Por: Mabel Zaves

INTRODUCCIÓN

La escritura del tratado del Malleus Maleficarum corrió a cargo de los monjes dominicos Jacobus Sprenger y Heinrich Kramer durante los años 1485 y 1486, hasta su publicación definitiva en este último año. Su origen estuvo avalado por el Papa Inocencio VIII a través de la bula Summis desiderantus affectibus, que daba aliento a investigar y perseguir todos los delitos cometidos en actos de brujería.

Los antecedentes a esta publicación se encuentran ya en el siglo XIV, donde existieron diversas publicaciones demonológicas que escaparon al control de la Inquisición. Entre ellas están el Virginale de Gonzalo de Cuenca, De invocatione daemonum de Raimundo de Tárrega que el Papa Gregorio XI mandó quemar, el De tribus imposturibus de Tomas Scoto o el De artibus magicis et magorum maleficiis de Bernardo Bassín del año 1483.

Igualmente, puede considerarse precursor el libro de Alfonso de Espina de 1467, titulado De bello daemonum, donde se hace un compendio completo sobre la existencia de demonios, sus relaciones entre ellos y con las demás criaturas celestes, además de las relaciones con los humanos. Este último aspecto sería de una gran trascendencia, ya que aborda de una manera especial la relación de las mujeres con el demonio, tratada con amplitud en el Malleus Maleficarum.

DESARROLLO

La idea principal sobre la que incide este tratado es la fuerza que cobra en la Edad Media el tema de las brujas y sus relaciones sexuales con el diablo. De esta forma, no se duda en demonizar a las mujeres, el conocimiento práctico del cuerpo femenino, la ausencia de relaciones sexuales con hombres, a la par que su emparejamiento con la brutalidad animal, además de la fealdad, derivadas de la degeneración moral imaginada.
En este periodo se institucionaliza la diferencia sexual, estableciendo una relación jerárquica entre hombres y mujeres, que supuso la aceptación de un discurso patriarcal sobre el que descansa la base ideológica de esta época. Vino motivado por la crisis del sistema feudal, con el desarrollo de nuevas formas de espiritualidad y la visibilidad social de las mujeres, suponiendo una amenaza a la estabilidad del sistema sociopolítico cimentado sobre el patriarcado y la doctrina cristiana.

El sistema feudal necesitaba desviar la atención y canalizar sus miedos ante los acontecimientos de cambio que se estaban produciendo al vislumbrarse veladamente el fin del tipo de sociedad vigente y del cristianismo. Ante esto, no dudó en demonizar a las mujeres en el orden simbólico, acusándolas de todos los males que aquejaban al orden social, para garantizar la pervivencia del patriarcado.

Nace de esta forma la violencia simbólica, como un proceso de socialización cuyo objetivo es naturalizar el sistema de relaciones jerárquicas dominantes mediante símbolos, imágenes y representaciones, siendo un mecanismo de control efectivo a largo plazo difícil de revertir. Las mujeres estarían obligadas a reflexionar y cuestionar las estructuras mentales basadas en las jerarquías establecidas de forma inconsciente.

Desde este punto de vista, el patriarcado entabló su lucha más feroz contra el poder incipiente de las mujeres, en aras a garantizar una situación de supremacía favorable a sus intereses frente a una posible desestructuración del orden social amenazado. De tal modo, las mujeres se vieron deslegitimadas ante la posibilidad de ruptura de los roles de género propios de la época y fueron silenciadas en todas las esferas del ámbito social, tanto las sociales, económicas, jurídicas, políticas como ideológicas.

El proceso de demonización iniciado contra las mujeres y sus saberes, intenta frenar las voces femeninas que se estaban alzando desde la Baja Edad Media. Este proceso, perseguía el doble objetivo de frenar tanto las reivindicaciones de la Querella de las Mujeres y sus nuevas formas de religiosidad como personificar en las mujeres la crisis del sistema feudal, la sexualidad y los saberes femeninos.

Para la comprensión del proceso deslegitimador de las mujeres en el Medievo, se hace preciso profundizar en la figura femenina desde Eva, creada a partir de una costilla de Adán, al proyectar una imagen impura, diabólica y monstruosa, influenciada por el punto de vista cristiano. Esto contribuye a sostener la tradición patriarcal y misógina de la naturaleza femenina, generando una imagen deformada y considerando a la mujer como un ser inferior al hombre. Esta demonización pasará al imaginario occidental.

De tal manera, las mujeres fueron expulsadas de la esfera pública y especialmente de la producción de capital cultural y simbólico. Se les infligió un castigo por el deseo femenino de querer saber, de conocer el bien y el mal, y por pretender escalar los peldaños de la Escalera de Jacob hasta fundirse con la imagen divina. Por lo tanto, quedó cosificada y adscrita a los cometidos de esposa fiel y madre sufriente, bajo el dominio del dolor durante el parto y la sumisión a un marido.

Desde Eva, recae la carga del pecado en todas las mujeres. Convirtiéndose en la diana de todos los temores patriarcales en los temas relacionados con la sexualidad, su propio cuerpo y el deseo de saber. Los hombres de este periodo reprimen la proyección social de las mujeres fuera del ámbito privado. Consideran que las mujeres son personas con inclinaciones al pecado y a las cuestiones demonológicas, jugando un papel determinante en el imaginario medieval.

Esta era una forma de mantener el orden social y moral a partir de la represión, favoreciendo y garantizando la supervivencia del sistema ideado por el patriarcado, que representa y personifica los esquemas de la cultura dominante, sin ofrecer alternativas para un desarrollo libre de las mujeres. Se crea un sistema social para legitimar el orden establecido y mantener la estructura política represora y coercitiva sobre las mujeres.

El resultado tuvo como consecuencia que se reforzara la autoridad del sistema establecido, aplicando una dinámica de acción-represión, a la vez que deslegitimando cualquier actitud o comportamiento impropio de los roles de género al uso. Fue la forma de responder el patriarcado a la propuesta de la Querella de las Mujeres, con un discurso misógino de carácter simbólico, recuperando los monstruos femeninos transmitidos desde la mitología clásica y reelaborados por el pensamiento dominante.

Siguiendo a Freud, se puede afirmar que el mayor miedo de los hombres de la época medieval era el poder castrador asignado a la naturaleza de las mujeres, traducido a una demonización de la sexualidad y de los saberes femeninos, y asociados a la configuración simbólica de las brujas. Para ello, no dudaron en seguir dos estrategias desautorizantes: la naturaleza impura de su sexualidad y el carácter maléfico de los saberes pretendidos por las mismas.

También aparece el temor freudiano a la contaminación durante las relaciones sexuales entre hombres y mujeres, de acuerdo con la base del concepto de impureza femenina que se tenía durante la Edad Media. Estos temores eran respaldados por diversos tratados sobre el cuerpo y la sexualidad femeninas, donde se subrayaba el temor a la castración que sufrían los hombres de la época. Igualmente, esta naturaleza impura encontraba su eco en la tradición bíblica, al calificar a las mujeres de hasta “tres veces impuras” en el Levítico (Beteta, 49).

La concepción de la sexualidad femenina como algo monstruoso, tiene la consecuencia de la demonización de su sexo con el respaldo de los padres de la Iglesia, entre ellos, de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, y de otros autores como San Antonio, San Buenaventura, San Jerónimo, San Gregorio el Grande, San Juan de Damás o San Juan Crisóstomo (Beteta, 49-50).

No obstante, el tratado más popular de la literatura demonológica en nuestro país fue la Reprobación de las supersticiones y hechicerías de Pedro Ciruelo, publicado en el año 1529, donde se condenan todas las supersticiones de la época y la relación entre las mujeres y el diablo mediante el contacto sexual. Se debe señalar, que las ideas de este autor enlazan con las ideas contenidas en el tratado del Malleus Maleficarum.

El auge en la publicación de este tipo de tratados continuó hasta el siglo XVII.
Se debe matizar, que la aceptación de la demonología cristiana fue fruto de una mezcla de fascinación frente al terror y la curiosidad despertadas, donde el diablo adquirió un papel central en el orden simbólico medieval. A partir de ello, el tema de la demonología medieval se convirtió en objeto de estudio y debate dando lugar a obras teológicas, cuentos y novelas, con una perspectiva satírica o moralizante.

A pesar de las muchas publicaciones sobre la demonología medieval en nuestro país y en Europa, se debe incidir en el tratado Malleus Maleficarum como el culmen de las obras conocidas con una mayor repercusión. Fue en este contexto, donde se inició la demonización de la naturaleza de las mujeres, impregnando todas las manifestaciones artísticas y difundiendo “la imagen de un nuevo Satán con cuerpo femenino” (Beteta, 53).
Las tesis de este tratado tuvieron una gran aceptación y fue utilizado en los procesos seguidos por los tribunales inquisitoriales, fruto del proceso atomizador de la Iglesia, de la recuperación de los principios aristotélicos cristianos, del auge de los movimientos femeninos y por la crítica de la Querella de las Mujeres a las diferencias sexuales propugnadas por el patriarcado medieval.

El proceso inquisitorial fue instaurado por el Papa Gregorio IX en el año 1231, cuando se estaba dando una redefinición doctrinal, a la vez que asomaba el peligro por la atomización del pensamiento cristiano. Los juicios de la Inquisición se fueron recrudeciendo de forma gradual, utilizando interrogatorios que dificultaban la defensa legal de las encausadas e instaurando la tortura en el año 1252, como herramienta represora, aplicada especialmente en las causas judiciales contra las herejías cometidas.

A partir de este momento, se radicalizó la deslegitimación de las mujeres, en respuesta a uno de los estereotipos de persecución propuesto por René Girard, propio de la Edad Media, que alcanza resonancias colectivas desde las estructuras políticas y eclesiásticas dentro del marco legal establecido y “estimuladas por una opinión pública sobreexcitada” (Bateta, 56). Se incluyen en este modelo de persecución propuesto, la deslegitimación que acompaña a la Querella, los procesos inquisitoriales contra las mujeres en los siglos XV y XVI, y la publicación del Malleus Maleficarum.

CONCLUSIONES

La cuestión de la demonización de las mujeres en la Baja Edad Media se produjo de una forma gradual, a causa de la fuerza que iba alcanzando el tema de las brujas y las relaciones sexuales con el diablo. Potenciados estos aspectos por la institucionalización de la diferencia sexual y por el establecimiento de una relación jerárquica entre hombres y mujeres, como aceptación del discurso patriarcal propio de la época.

La base de esta demonización femenina se haya en un sistema feudal temeroso del fin del tipo de sociedad vigente y del cristianismo. Ante este panorama, necesitaban un chivo expiatorio a todos sus temores y no dudaron en demonizar a la mujer, acusándola de todos los males sociales para garantizar la perduración del patriarcado medieval.

Se recurrió en primer lugar a la violencia simbólica para naturalizar el sistema de relaciones sociales dominantes vigente y garantizar la supremacía favorable a sus intereses. Silenciaron a las mujeres en todas las esferas del ámbito social, tanto desde las sociales, económicas, jurídicas, políticas como ideológicas.

El proceso de demonización iniciado contra las mujeres y sus saberes, perseguía el doble objetivo de frenar tanto las reivindicaciones de la Querella de las Mujeres y sus nuevas formas de religiosidad como personificar en las mujeres la crisis del sistema feudal, la sexualidad y los saberes femeninos.

Para conseguir sus objetivos, no dudaron en recurrir a la imagen de Eva, proyectando una imagen impura, diabólica y monstruosa, influenciada por el punto de vista cristiano. Contribuyeron a sostener la tradición patriarcal y misógina de la naturaleza femenina, al generar una imagen deformada y considerar a la mujer como un ser inferior al hombre.

De tal modo, la mujer quedó cosificada y adscrita a los cometidos de esposa fiel y madre sufriente, bajo el dominio del dolor durante el parto y la sumisión a un marido, recayendo sobre ella la carga del pecado. Los hombres de este periodo reprimen la proyección social de las mujeres fuera del ámbito privado al considerarlas con inclinaciones al pecado y a las cuestiones demonológicas.

Añadir finalmente, que fue la forma de responder el patriarcado a la propuesta de la Querella de las Mujeres. Recuperando los monstruos femeninos transmitidos desde la mitología clásica y reelaborados por el pensamiento dominante. Fruto de todo este proceso, se elaboró y publicó el tratado del Malleus Maleficarum utilizado en los procesos judiciales inquisitoriales contra las mujeres, llegando a la tortura en los procesos judiciales acusadores por herejías cometidas.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Bateta, Y. (2011): “De la costilla de Adán a concubina del diablo. La demonización de los saberes y del cuerpo femenino en el Malleus Maleficarum”, La querella de las mujeres III: La querella de las mujeres antecedente de la polémica feminista, pp. 45-74.

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