LA TÍA TULA DE MIGUEL PICAZO

Por: Tomás Sánchez Rubio

El 19 de septiembre de 1964 se concentraban en Madrid un millar de personas frente a la embajada de Estados Unidos, coreando una serie de consignas que quizás a más de uno hoy día le provoquen una cierta perplejidad. Entre banderas nacionales, se escuchaban gritos de «¡Asesinos!» y «¡Cuba sí, yanquis no!». La causa fue el ataque que había perpetrado el domingo 13 de septiembre de 1964 un grupo armado anticastrista, entrenado y financiado por la CIA, contra el buque mercante español Sierra Aránzazu. El navío, que transportaba juguetes y alimentos a la isla, había sido confundido con el cubano Sierra Maestra; y es que, a pesar del bloqueo al régimen comunista de Cuba, nuestro país seguía manteniendo relaciones comerciales y diplomáticas con la isla caribeña. A raíz de la destrucción de nuestro barco ─en el que moriría su capitán, Pedro Ibargurengoitia, y dos tripulantes más, Francisco Javier Cabello y José Vaquero─, Estados Unidos acabaría indemnizando al régimen franquista con un millón de dólares.

Dos días después de la citada manifestación, se estrenaba en los cines de la capital madrileña la película La tía Tula. El drama, adaptación libre de la novela homónima del escritor vasco Miguel de Unamuno, publicada en 1921, suponía el estreno en la dirección de largometrajes de su realizador, Miguel Picazo. En el guion habían intervenido, además del propio director, José Miguel Hernán, Luis Sánchez Enciso y Manuel López Yubero.

Miguel Picazo de Dios había nacido en Cazorla, provincia de Jaén, el 27 de marzo de 1927. Su padre regentaba en la vecina localidad de Peal de Becerro un negocio familiar. En 1939, cuando tenía once años, sus padres se separaron y marchó a Guadalajara junto a su madre y su hermano. Allí comenzó su trayectoria ligada al cine, ya que fundó un cineclub, que terminó siendo clausurado por la presión de los sectores conservadores de la ciudad. En la capital arriacense seguiría viviendo hasta pasados los cincuenta años.

Miguel estudió Derecho en Madrid ─si bien nunca llegaría a ejercer como abogado─ e ingresó a posteriori en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, el IIEC, graduándose en 1960. Poco más tarde, en 1962, el IIEC, asociado al Ministerio de Información y Turismo desde su creación en 1951, cambiará su nombre por el de Escuela Oficial de Cinematografía (EOC). En 1976, fueron clausuradas las actividades del centro y sus funciones se transfirieron a la Facultad de Ciencias de la Información. El caso es que en aquel IIEC, Picazo conoció a otros realizadores, como Martín Patino, Saura, Summers, Camus o Borau, con los que formó el grupo de cineastas adscritos al llamado Nuevo Cine Español, quienes defendían un cine comprometido con la realidad social del momento, en una línea similar al neorrealismo italiano.

Antes de La tía Tula, dirigió diversos cortometrajes: Mañana de domingo (1957), Las motos (1958), o Habitación de alquiler (1960). El reto que implicaba la realización de La tía Tula se tradujo en un gran éxito de crítica y público, obteniendo el Premio Perla del Cantábrico a la mejor película de habla hispana, así como el Premio San Sebastián al mejor director, además del Sant Jordi y la Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos. No obstante, a partir de ese momento comenzaron sus problemas con la censura. Al fin y al cabo, en la cinta se exponían, con toda su crudeza, los prejuicios morales en una típica ciudad de provincias española. Sus películas inmediatamente posteriores tendrán una acogida más discreta.

En los años siguientes, trabajó como profesor en la Escuela Oficial de Cine y realizó varios trabajos para la televisión. Tras un paréntesis en su labor cinematográfica, a finales de los setenta estrenó dos trabajos para la gran pantalla: Los claros motivos del deseo, en la línea del drama erótico-amoroso que proliferó en nuestras salas por aquellos años, y El hombre que supo amar, protagonizada por el actor británico Timothy Dalton, sobre la figura de San Juan de Dios. En la década de los ochenta, obtuvo un importante reconocimiento por Extramuros, interesante trabajo basado en la novela homónima de Jesús Fernández Santos.

Miguel Picazo, aparte de guionista, también ejerció de actor ocasional. Todos lo recordamos en el papel del infortunado profesor Figueroa en Tesis (1996), de Alejandro Amenábar; o bien, mucho antes, encarnando al médico de El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice. En enero de 1997, recibiría el Goya de Honor en reconocimiento a toda su trayectoria. Fallecería en el municipio jiennense de Guarromán en abril de 2016. Dos años antes se le había otorgado la Medalla de Andalucía.

Respecto a la novela de Miguel de Unamuno, que sirvió de base a la película que tratamos hoy, señalaremos que fue escrita en 1907, si bien no se publicaría hasta 1921. La tía Tula fue su última narración extensa, donde se presenta el anhelo de maternidad, ya esbozado en Amor y pedagogía, así como en Dos madres. La primera de ellas es una curiosa novela protagonizada por don Avito Carrascal, un intelectual que cree que puede convertir un niño en genio aplicando los principios de la pedagogía “moderna”.

El argumento de La tía Tula podría resumirse de la siguiente manera: Tula ─hipocorístico habitual de Gertrudis─ es una mujer recta, religiosa y de moral intachable. Su hermana Rosa y ella perdieron a sus padres muy niñas, quedando a cargo de un tío materno sacerdote, don Primitivo. A la muerte de Rosa, que se había casado con Ramiro, Tula recibe en su casa a este y a sus sobrinos. La tita soltera ejercerá de madre de todos, una madre virgen al servicio de la felicidad ajena… Y la cosa se complicará ante la inevitable tensión afectiva surgida entre Ramiro y ella.

La obra fue incluida en la lista de las cien mejores novelas en español del siglo XX, publicada por el diario El Mundo en el año 2001, dentro del Proyecto Millenium. La selección se hizo teniendo en cuenta tanto la opinión de los críticos como la de veinte mil lectores del periódico.

Respecto a la cinta, cabe señalar que, de la decena de versiones cinematográficas de las obras unamunianas, La tía Tula de Picazo resulta la más conocida y mejor valorada unánimemente, seguida quizá de aquel Todo un hombre, filme argentino de 1943, dirigido por Pierre Chenal y protagonizado por Francisco Petrone y Amelia Bence.

En cuanto al reparto de La tía Tula, debemos señalar la singular y meritoria interpretación de una Aurora Bautista en estado de gracia, como protagonista, quien encontraba una más que digna réplica en el galán porteño e hijo de padres asturianos Carlos Estrada, actor versátil con orígenes en el medio radiofónico. La popularidad de Estrada en nuestro país era ya notoria, por cuanto había participado en Canción de juventud (1962) y Rocío de la Mancha (1963), primer y segundo musical protagonizados por nuestra añorada Rocío Dúrcal, cuya naturalidad y encanto brillaban más allá de las salas de cine.

Aurora Bautista, que ganaría por mérito propio el Premio Sant Jordi a la mejor interpretación por su papel en la película, era una actriz ya entonces muy valorada desde su primer trabajo en Locura de amor, de 1948. En ella, el prolífico realizador Juan de Orduña recrearía, a partir de la novela homónima de Manuel Tamayo y Baus, la pasión enfermiza de la princesa Juana de Trastámara por su marido Felipe I de Castilla, llamado «el Hermoso» ─interpretado por Fernando Rey─. Era la época del gusto por el drama histórico, género en el que Orduña sobresalió con otras producciones como La leona de Castilla, Alba de América o Agustina de Aragón, cuya heroína sería igualmente encarnada por Aurora Bautista.  

El reparto de La tía Tula se completaría con un plantel de actrices de la talla de Enriqueta Carballeira, Irene Gutiérrez Caba, o Laly Soldevila, intérprete dotada de una voz característica e indiscutible vis cómica, pero que mostraría una gran solidez en papeles dramáticos. Esa personalidad peculiar la hará merecedora de un próximo artículo en las páginas de nuestra revista.

Memorable resultará, por último, la interpretación de José María Prada en el papel del padre Álvarez, confesor de la protagonista. Tanto él como Enriqueta Carballeira serían reconocidos, en su calidad de actores de reparto, con las Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos, junto al compositor musical de la película, Antonio Pérez Olea.

El escenario del rodaje sería Guadalajara, localidad tan querida por Picazo por haber pasado allí gran parte de su vida, y de la que fue nombrado Hijo Adoptivo en 1996.

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