Por: Tomás Sánchez Rubio

Durante estos años he escrito con frecuencia acerca de mi afición por la literatura de terror, recordando a autoras y autores tanto del ámbito hispanoamericano como, sobre todo, del anglosajón. Del mismo modo, me ha complacido tratar las versiones cinematográficas o televisivas de la narrativa gótica de diversas épocas. Sin embargo, en escasas ocasiones he dedicado un artículo a las consideradas “estrellas” del horror en la gran pantalla, y ello a pesar de mi admiración sincera hacia muchas que indiscutiblemente lo han sido, lo son y lo serán.
Hoy, en este primer artículo del curso 2024-2025, deseo hablar de la prolífica y meritoria carrera de un intérprete español de cuyo nacimiento se cumplen justamente noventa años en el presente mes de septiembre. Bien merece ser recordado quien, trabajador infatigable y honesto, participó como actor en más de cien películas y series de televisión ─muchas con proyección internacional─, siendo, además, guionista de treinta y nueve, así como director de dieciséis. Se trata de Jacinto Molina Álvarez, conocido artísticamente como Paul Naschy durante más de tres décadas. Este hombre, entre cuyos más rendidos admiradores se encuentra el realizador Quentin Tarantino, se ha ganado a pulso no solamente un lugar entre los intérpretes clásicos del género ─Boris Karloff, Cristopher Lee, Bela Lugosi, Lon Chaney, padre e hijo, o Peter Cushing, entre otros─, sino también una posición privilegiada en la historia del deporte español.
Para la primera aparición de Jacinto Molina en la pantalla grande, debemos remontarnos al año 1960, cuando acudió a una convocatoria para contratar a los figurantes que habrían de aparecer en la película, basada en la vida pública de Jesús de Nazaret, Rey de Reyes, estrenada en 1961. Recordemos que la cinta, una superproducción dentro del gusto de la época por el cine inspirado en la Historia Sagrada, fue rodada en España bajo la dirección de Nicholas Ray. Fueron escenarios de sus casi tres horas de metraje Chinchón, Aldea del Fresno o Navacerrada, entre otras localidades. En el amplio reparto, con Jeffrey Hunter en el papel principal, había estrellas de diversos países como Robert Ryan o Rip Torn (Estados Unidos), Viveca Lindfors (Suecia) Siobhán Mckenna (Reino Unido), Ron Randell (Australia) o Rubén Rojo (México). Sin embargo, la representación española fue más que notable: junto a la grandísima Carmen Sevilla, en el papel de María Magdalena, merecen destacarse los actores Félix de Pomés, como José de Arimatea, Conrado San Martín, encarnando al general Pompeyo, o Luis Prendes, que interpretaba a Dimas, el buen ladrón. Sería aquel, asimismo, el debut en el cine del asturiano Frank Braña (Francisco Braña Pérez) y del vallecano Aldo Sambrell (Alfredo Sánchez Brell), quienes se especializarían, pasado poco tiempo, en el subgénero del spaghetti western. Por otro lado, Ray (consagrado realizador ya entonces, con éxitos como Rebelde sin causa, de 1955) contaría, además, en su equipo técnico de profesionales, con el decorador manchego Enrique Alarcón.

El caso es que Jacinto Molina sería seleccionado en el filme para hacer de un sirviente del tetrarca de Perea y Galilea Herodes Antipas; y ello sobre todo debido al físico imponente que la práctica de la halterofilia le había proporcionado. Posteriormente participaría también en el drama bélico Cincuenta y cinco días en Pekín (1963), superproducción en el mejor estilo del Hollywood clásico, debida ─como Rey de Reyes o El Cid─ al famoso productor estadounidense de origen moldavo, Samuel Bronston, y dirigida, asimismo, por Nicholas Ray. Inolvidable se haría en la citada cinta, por cierto, la tríada Ava Gardner-Charlton Heston-David Niven.
Lo cierto es que, antes de aquellos primeros pequeñas apariciones en el cine, la biografía del inconmensurable Paul Naschy bien merece ser recordada. Su infancia, como la de tantos compatriotas, estaría marcada por el trágico conflicto que enfrentaría en nuestro país, y entre sí, a tantos miembros de un mismo municipio, de un mismo barrio, de una misma familia…
Jacinto Molina solía contar en sus entrevistas que él había nacido “en la hora del lobo” de un 6 de septiembre de 1934, en la madrileña Calle Postas, lugar castizo y de gran actividad comercial, donde convivían diferentes oficios tradicionales. Respecto a aquellas fechas, y haciendo un repaso de nuestra historia reciente, recordemos que, tras las elecciones de 1931, el liberal Niceto Alcalá Zamora fue nombrado presidente, habiendo abandonado Alfonso XIII España y proclamado la Segunda República, un periodo marcado por la inestabilidad política. Al conocido como bienio social-azañista (1931-1933), le sucedería el llamado bienio radical-cedista (1933-1935), durante el cual gobernó la derecha, con el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, apoyado por la CEDA y el Partido Agrario. En esos años se produjo el acontecimiento más grave del período: la insurrección anarquista y socialista conocida como la Revolución de 1934, con especial incidencia en Asturias y que finalmente fue reprimida por el Gobierno con la intervención del ejército. El 7 de octubre de 1934, cuando Jacinto contaba con un mes de vida, con el fin de sofocar la revuelta asturiana ─que duraría del 5 al 19─, desembarcaban en Gijón una tropa de legionarios y regulares del Ejército de África al mando del teniente coronel Juan Yagüe.
Jacinto era hijo de Pilar Álvarez y de Enrique Molina, un peletero de origen vasco que tenía un próspero negocio junto a la Plaza Mayor. La estabilidad económica de la familia desaparecería con el estallido de la Guerra Civil. El matrimonio Molina tuvo entonces que cerrar el local, marchando de la capital hacia una pequeña aldea del País Vasco donde residían algunos familiares de Pilar. A los pocos días de su llegada, el padre ─hombre sin adscripción política conocida─ fue alertado de que se le buscaba tras su repentino traslado al norte. Parece ser que un pariente cercano lo había acusado falsamente de lo que, en tiempos de guerra, pudiera considerarse alguna tropelía o, sencillamente, un acto “de deslealtad”. El padre de familia cogió entonces su moto y prometió a Pilar que regresaría en cuanto pudiera. Al salir del pueblo, un grupo de soldados se percató de que escapaba y le dispararon mientras cruzaba un puente a toda velocidad. Perdió el control de su moto saliéndose del camino y precipitándose en el río. No se supo más de él. A partir de entonces, Pilar tuvo que cuidar de su hijo ella sola.
Cuando la contienda llegaba a su fin, las tropas “nacionales” llegaron al pueblo y un soldado irrumpió violentamente en su hogar. El pequeño Jacinto vio cómo su madre se abrazaba al militar. Aquel hombre no era otro que su padre, al que todos creían ahogado. Enrolarse en el bando franquista le había salvado la vida.
Una vez acabado todo, el negocio familiar se reharía en Burgos con una peletería en Castañares. Allí nacería Lourdes, la hermana pequeña de Jacinto. El matrimonio contrató a una institutriz de origen austriaco para que cuidara de sus hijos. María Ronge fue una figura crucial en la infancia de Jacinto, pues despertó en él un notable gusto por la literatura fantástica. En la librería del paseo del Espolón de Burgos, el niño quedaba fascinado por los cuentos ilustrados de Saturnino Calleja y los hermanos Grimm, tanto como ante la imponente belleza gótica de la Catedral de la ciudad…

Cuando la familia regresó a Madrid, la vida de Jacinto cambiaría para siempre. Paseando una tarde por la Gran Vía, quedó impresionado por el cartel que anunciaba el estreno de una película de terror, y le pidió a su madre entrar a verla. Tras la negativa de su progenitora, Jacinto aprovecharía su reestreno meses más tarde. Fue en el Cine Iris, una sala de verano de la calle Guzmán El Bueno. Se trataba de Frankenstein y el Hombre Lobo (1943), un filme de Roy William Neill, producido por los Estudios Universal en su decadencia, cuando rodaban cintas de bajo presupuesto. Lon Chaney Jr. daba vida a Larry Talbot, el hombre lobo; por su parte, Bela Lugosi encarnaba al monstruo creado por Mary Shelley. El joven Jacinto quedaría profundamente impactado por la figura del licántropo, convirtiéndose, pasado el tiempo, en uno de sus más famosos intérpretes, realizando este papel en siete ocasiones a partir de 1968.
En un negocio familiar donde durante décadas acudió una distinguida clientela. Jacinto conoció a gentes de la nobleza y artistas; mientras, estudiaba y leía compulsivamente libros fantásticos y de aventuras. Los relatos de Verne, Stevenson o Bécquer le revelaron la existencia de otros mundos de misterio que más tarde serían elementos clave en sus creaciones. Por otra parte, sus tíos Jacinto y Emilio fueron una gran influencia para él, introduciéndolo en el gusto por la pintura, la arquitectura y el dibujo. La enciclopedia Espasa que compró su padre le abriría un universo de conocimientos que utilizará en el futuro para documentar sus guiones. Entró a estudiar Arquitectura en tanto hacía ilustraciones para carpetas de discos de vinilo y escribía novelillas del oeste con el pseudónimo de Jack Mills.
Respecto a la faceta como deportista de Molina, diremos que la educación recibida en el Colegio Alemán y en los Escolapios de Madrid, había hecho de él una persona disciplinada, perseverante y volcada en la actividad deportiva. En la década de los cincuenta, esta ocupaba todo su tiempo libre. Empezó practicando gimnasia y boxeo. Sus primeros combates los ganó con facilidad, llegando a la final del Campeonato de Castilla en la categoría de peso pluma, pero su carrera boxística terminó cuando una pelea le provocó una fisura en las costillas. No obstante, fue la halterofilia la disciplina en la que destacó. A pesar de ser un reconocido seguidor “colchonero”, Jacinto acabó en la sección de Pesas y Alteras del Real Madrid, una de las más destacadas de la época, y allí consiguió sus mayores éxitos. Fue hasta siete veces campeón absoluto de España, entrando en la historia del levantamiento de pesas de nuestro país al ser el primer peso ligero en elevar casi 300 kilos: toda una proeza conseguida el 7 de junio de 1959 en los torneos sociales del club blanco. Conoció personalmente a Gento y Di Stéfano, codeándose con los mejores levantadores españoles de la época, dirigidos por el gran Manuel Conesa. No obstante, una lesión provocada por aplastamiento de dos vértebras le impidió presentarse a los Juegos Olímpicos de Roma (1960). En 1961 tomó parte de los Campeonatos del Mundo de Viena, donde quedó sexto en el ránking europeo. Estuvo además preseleccionado para las Olimpíadas de Tokyo de 1964, pero otra grave lesión, esta vez en la rodilla, lo retiró de la competición.
Y fue esa corpulenta y fornida figura la que al principio le sirvió para entrar en el mundo del cine, como dijimos anteriormente.
En contra de la voluntad de su madre, Jacinto dejó la carrera de Arquitectura para entrar como meritorio en el cine. Gracias a su padre conoció al director Pedro Lazaga, para quien empezó a trabajar como auxiliar de dirección. Fue entonces cuando escribió el guion de la película que inició la década de oro del cine de terror en España, La marca del Hombre Lobo. Antes de poder comenzar el rodaje hubo que sortear varios problemas. En el guion original, un asturiano llamado José Huidobro era víctima de la maldición tras ser mordido por un lobo humano. Además de eso, el argumento se desarrollaba en España… La censura no quería que el monstruo de la historia fuera español. Molina se vio obligado a realizar ciertos cambios. Así nació el mítico personaje, de nacionalidad polaca, Waldemar Daninsky, un ser atormentado que tomaría su nombre del levantador de pesos, también polaco, Waldemar Baszanowski.

Con motivo del estreno a nivel mundial de la película La marca del hombre lobo en 1968, dirigida por Enrique López Equiluz, se le pidió a Jacinto, quien, como no se conseguía actor para el papel protagonista, él mismo decidió interpretarlo, que escogiera un sobrenombre “exótico”, a fin de que el filme pudiera ser vendido más fácilmente a nivel internacional. Para poder elegirlo le dieron media hora. En ese momento tenía un periódico en la mesa con la foto del papa Paulo VI y pensó en Paul para el nombre; luego, recordando a otro halterista, el húngaro Imre Nagy, tomó su apellido y lo germanizó para componer el que sería su nombre artístico a partir de entonces, Paul Naschy…
Un 30 de noviembre de 2009, fallecería Jacinto Molina en la ciudad que lo vio nacer, víctima de un cáncer de próstata. Era una noche de luna en cuarto creciente, una luna casi llena. Tenía setenta y cinco años. Sólo unas semanas antes, en octubre, presentaba emocionado sus nuevos proyectos, cinematográficos y literarios, ante el público que abarrotaba el Auditorio del Festival de Sitges. El rey Juan Carlos I le había hecho entrega en 2001 de la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes por una impecable carrera.
Desearía que estas modestas líneas sirvieran, al menos, de recuerdo y sincero homenaje a quien representó toda una época del cine a nivel nacional e internacional… Por mi parte, siempre recordaré las pesadillas que su primera película como director, Inquisición (1976) ─en la que también interpretaba al inquisidor Bernard de Fossey─, me provocara durante unas cuantas noches estivales, tras verla en aquel Cine Virginia, un patio de verano que olía a pipas ya albero mojado, cerca de mi casa… Y ello a pesar de la presencia en la cinta de la bellísima actriz Mónica Randall, uno de mis dos amores platónicos de mi infancia junto a la incomparable Victoria Vera…
Os recomiendo vivamente el premiado documental El hombre que vio llorar a Frankenstein (2010). Dirigido por su biógrafo Ángel Agudo, recoge la trayectoria vital de nuestro protagonista. Del mismo modo, dejo aquí dos enlaces de interés para conocer mejor la vida y la obra de Paul Naschy.
https://as.com/masdeporte/2020/04/08/reportajes/1586351868_759500.html