PALABRAS CON HISTORIA: EL FUTURO

POR: Marcos López Herrador

No parece que hayamos acabado de comprender el desafío que tenemos por delante cuando, sobre todo, nuestros políticos, comprometidos con su mantenimiento en el poder, sólo toman medidas a corto plazo destinadas a contentar a sus votantes, a los que de ninguna manera se les exige que realicen sacrificio alguno. En Europa todo el mundo tiene derechos adquiridos y pocas o ningunas obligaciones. Existen diferencias entre países y diferencias dentro de cada país, pero, en cualquier caso, las clases medias ven cómo su nivel de vida disminuye.

Nuestro sistema económico-financiero se ve abocado a enfrentar graves problemas como son el pago de las pensiones, el paro, la deuda y el déficit, con perspectivas en realidad poco favorables. La población europea envejece, los niños que nacen están por debajo de la tasa mínima de reposición y la esperanza de vida es cada vez más amplia, teniendo que dar cobertura por veinte años con un sistema de pensiones que estaba pensado para darla durante cinco. No hay una aportación suficiente y la diferencia se cubre vía Presupuestos Generales del Estado, mediante la emisión de deuda. En cuanto al paro, existen estudios que pronostican que para el 2050, por efecto de la robotización, se perderán el 43% de los puestos de trabajo por cuenta ajena, y en el mundo entre el 50% y el 60% de la población mundial no lo tendrá. Unos jóvenes europeos acostumbrados a esforzarse poco y sin ningún espíritu de sacrificio se verán abocados a caer en la trampa de una renta básica que les permita al menos comer. En cuanto a la deuda, los políticos no hacen otra cosa que aumentarla constantemente. No les importa que el pago de ésta recaiga sobre las futuras generaciones, porque les conviene contentar a quienes ahora les votan, que, por cierto, viven mejor a costa de que sus gastos los paguen también esas generaciones futuras. En Europa nos hemos acostumbrado a que nuestro estilo de vida se mantenga a cualquier precio, y si hay que emitir deuda, pues que se emita la que haga falta y, si es necesario, ampliando los plazos de vencimiento a treinta, cincuenta o cien años. Esta deuda se emite porque hay déficit ya prácticamente todos los años, o lo que es lo mismo, el Estado gasta más que ingresa, porque esa es la manera en que los políticos mantienen contentos a sus votantes a corto plazo. Esta dinámica mantiene a todo el sistema atrapado entre la conveniencia de unos y otros, la estupidez de la mayoría y la falta de principios de todos, y esto hace que si existen soluciones sólo vengan de la mano de tener que afrontar una situación catastrófica que tocará sufrir como siempre a los mismos.

Nunca el futuro ha retado tanto a la humanidad como lo hace hoy. Nunca los avances en todos los campos han sobrepasado en tan poco tiempo nuestra capacidad para asimilarlos, siquiera entenderlos o comprender su alcance. Desde que, en la segunda mitad del siglo XVIII, inventada la máquina de vapor, se aplicó ésta a la producción de bienes, los avances científicos y tecnológicos han revolucionado la existencia y la vida del ser humano en cuantos aspectos pueda considerarse, y lo han hecho de una manera tan progresivamente acelerada que apenas da tiempo a asimilar y a adaptarse a cada avance producido. No pasó un siglo, desde que la mencionada máquina de vapor se aplicó al transporte y nació el ferrocarril, hasta la puesta en funcionamiento de trenes de alta velocidad. Tras algunos experimentos pioneros en conseguir que algo más pesado que el aire volara, los hermanos Wright, el 17 de diciembre de 1903, realizaron el primer vuelo a motor con su máquina voladora. Pues bien, el 24 de julio de 1969, el Apolo 11 situaba al hombre en la superficie de la Luna. Si pensamos que median 66 años entre una fecha y otra, que es menos de lo que puede durar la vida de una persona, podemos hacernos una idea de la dimensión y profundidad de los cambios revolucionarios vividos por la humanidad a lo largo del siglo XX. En este cortísimo periodo se han producido otros cambios y avances no menos espectaculares. En 1824, el científico francés Joseph Nicéphore Niépce captó la primera imagen tomada de la realidad, utilizando una cámara oscura y una placa de peltre recubierta de betún. En 1888, Kodak comienza a fabricar carretes de película enrollable. El 28 de diciembre de 1895, se proyecta en público por primera vez una película de los hermanos Auguste y Louis Lumière. En 1926, John Logie Baird dio a conocer su invento de la televisión. Y no son inventos menores otros como el teléfono, el telégrafo, el motor de explosión interna, la electricidad y sus aplicaciones prácticas, y tantos otros implementados de la forma más natural en nuestra vida cotidiana. Se ha dominado el espacio físico, reduciendo las distancias que tanto separaban, para convertir en cercano cualquier parte del planeta con los nuevos medios de transporte y de comunicación, que han conseguido que la información y el conocimiento fluya sin que las distancias puedan impedirlo. Visto en perspectiva parece que en el siglo XX se han cruzado todos los umbrales del saber humano. Se han llegado a conocer en profundidad las leyes que rigen a la materia y su esencia, hasta el punto de ser capaces de hacerla liberar la energía que contiene el átomo. Se ha llegado a un amplio dominio en el conocimiento de la vida microscópica, con hallazgos que tanto han hecho avanzar a la Medicina y, por tanto, a mejorar la salud humana, liberándonos de la vulnerabilidad natural ante las grandes epidemias. Se ha profundizado en el conocimiento biológico de los secretos de la vida hasta el punto de poder manipular la propia estructura genética del ADN y el ARN, habiendo adquirido la habilidad de replicar no sólo células, sino seres vivos. Se han desentrañado los secretos del Universo hasta un segundo después del estallido del Big Bang.

Tal parece que el hombre, en el siglo comentado ha vuelto a probar de la fruta del árbol prohibido, cuyo conocimiento nos hará como dioses y dudo mucho que eso no termine por expulsarnos del paraíso. Como nuevos Prometeos, hemos robado el fuego a los dioses y, con el conocimiento hasta ahora sólo a ellos reservado, nada parece que se nos resista o que no podamos dominar: desde las leyes de la materia y de la física, a las leyes de la razón y el pensamiento, las de la moral y la ética, o las leyes de la naturaleza y la vida misma.

Prever el futuro, aunque sea inmediato, se me antoja un asunto infinitamente difícil, apto sólo para visionarios, adivinos o gente inconsciente y frívola que no sepa lo que dice. Si innumerables y trascendentales han sido los cambios y descubrimientos habidos en una época tan reciente como la que acabo de comentar, los que se han producido en los últimos pocos años, en un proceso tan acelerado que amenaza con desbordarnos, causan verdaderamente vértigo, por su naturaleza, su calado y la previsible capacidad para transformar radicalmente el mundo tal y como lo hemos conocido.

Y no me refiero a avances recientes, aunque ya asentados y que forman parte de nuestra vida como Internet, la telefonía móvil, o la ingeniería genética, sino lo que se está desarrollando con aplicaciones inmediatas como la robótica, la nanotecnología, el “big data”, la inteligencia artificial, la realidad virtual, o los ordenadores cuánticos, que abren camino a que se desarrolle experimentalmente lo que se conoce como transhumanismo y haga pensar que a medio plazo, desde un punto de vista científico y tecnológico, sea posible plantearse la inmortalidad. La aplicación práctica de cuanto describo no deja de ser tan alucinante como amenazadora, porque una combinación de alta capacidad industrial con inteligencia artificial, capaz de gestionar los “big data” con la potencia de ordenadores cuánticos, que gestione la producción mediante robots, tendrá como consecuencia inmediata que ya no se necesitarán trabajadores en la industria y muy pocos en el sector servicios. Y, parémonos a pensarlo, tampoco se necesitan consumidores para mantener el sistema productivo. Siete mil quinientos millones de habitantes en el planeta, que pronto serán nueve mil, al no ser necesarios ni como productores, ni como consumidores, sólo pueden estar condenados a la miseria, pero por poco que consuman resultarán un lastre que agotará los recursos naturales, los encarecerá y el hecho de proveerlos de tales recursos supondrá una contaminación y una degradación del medio ambiente intolerable.

Sólo a la luz de lo expuesto se puede entender, se esté de acuerdo o no, la formulación del “Gran reseteo”, por parte de las oligarquías mundiales. No se trata de difundir con esto teorías conspiranoicas, puesto que es algo que se sostiene y se difunde públicamente por parte de las élites a las que me refiero. El planteamiento no es otro que dejar reducida la población del planeta a quinientos millones de habitantes con una estructura en la que una minoría acumule toda la riqueza disponible y deje las migajas al resto, que formará parte de un rebaño domesticado, al que se alimentará con pienso hecho a base de insectos y gusanos. Para abrir camino, ya está la Agenda 2030: “No tendrás nada y serás feliz”.

Me reafirmo en mi opinión de que hoy por hoy es casi imposible predecir el futuro, y que lo que se ve venir, no parece muy alentador, aunque siempre cabe consolarse en la convicción de que “nunca ocurre lo inevitable, porque siempre ocurre lo imprevisible”.

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