El Atril
Por: Isabel Rezmo
El 25 de marzo de 1804 nacía en Úbeda José Elbo Peñuela, hijo de Ricardo Elbo y de Victoria Peñuela.
Elbo es la personificación del artista romántico. Fue un pintor vital . Inquieto, franco y espontáneo, es un pintor castizo, consagrado al tema popular donde logró sus mayores aciertos, aunque también pintase algún retrato y otras pinturas de asunto más académico, como el Jesús y la samaritana de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando o Leda.
Su muerte a los 40 años posiblemente deja en el camino lo que pudo llegar a ser un gran pintor de renombre.
Su padre, empleado municipal, era natural de Sevilla, aunque de procedencia flamenca. Los Elbo habían aparecido en la ciudad de Úbeda en la generación anterior a la del artista. Eran, ante todo, una familia liberal pequeñoburguesa, cuya situación económica y consideración social era más que aceptable, tal como lo evidencia el “don” que anteponen a sus nombres todos sus miembros.
De José, el menor de cuatro hermanos, relata Esquivel, su amigo y primer biógrafo, cómo en 1811 el muchacho, que apenas contaba con siete años, se vio inmerso en la refriega militar sostenida en la ciudad con las tropas francesas. En este episodio —dice— José fue recogido por un labriego que desde una ventana frontera abría fuego contra el invasor, cayendo más tarde abatido ante la mirada atónita del niño. “Treinta años después —comenta Esquivel— el pintor retrataba en todas partes a este labrador, y recordaba con todos sus detalles la casa, los muebles y la fisonomía de los bárbaros extranjeros que a su vista sacrificaron a aquel valiente patricio”. Esta anécdota biográfica, sin darla por cierta, sí que pudo ser verosímil. Sin embargo, los primeros años de José Elbo, narrados por autores como Muñoz Garnica, Osorio y Bernard, y el ya mencionado Antonio María Esquivel, están plagados de tópicos románticos.
José Elbo estudia los principios del dibujo en su propia ciudad con un pintor desconocido. En 1822 el joven Elbo se traslada a Madrid, incorporándose —al igual que otros pintores románticos como Antonio Brugada— a la Milicia Nacional, una vez restablecida la Constitución de 1812. Lo cierto es que todos cuantos se han aproximado a su trayectoria biográfica afirman que en la Corte fue protegido del pintor de cámara José Aparicio, quien lo llevó a su estudio y le encomendó la participación de alguna obra, compartiendo aprendizaje con Rafael Tejeo y Van Halen.
En el verano de 1827 Elbo asiste a las clases de colorido de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Tres años más tarde, en abril de 1830, la Academia revisa su solicitud de beca para trasladarse a Roma, una petición de ampliación de estudios que es informada favorablemente. Pero el Monarca no perdona su ascendente liberal y, mucho menos, su pertenencia a la Milicia Nacional. Su petición, aunque de nuevo remitida con insistencia, nunca será admitida. Desengañado y con un poso de amargura que ya nunca le habría de abandonar, el joven pintor se dispone a completar su aprendizaje en Madrid. Entre 1830 y 1832 asiste a las clases de yeso de la Academia.
También, en 1831, se ha matriculado en las clases del natural, clases que abandona en 1833 y que retomará un año más tarde hasta 1836. Fruto de estos ejercicios son sus dibujos existentes en el museo de la Real Academia: Gladiator y Dos desnudos masculinos.
Finalmente, en el curso de 1835-1836, concurre a la sala de colorido.
Previamente, en 1834, Elbo había solicitado a la Real Academia ser admitido para efectuar las pruebas de acceso al título de individuo de mérito, título que habría de conseguir el 8 de noviembre del siguiente año una vez superada la prueba consistente en la realización de un cuadro al óleo. Sin duda alguna esta obra es el lienzo perteneciente a los fondos del museo de la Real Academia y que representa a Cristo con la samaritana, una obra de factura neoclásica de la que se conserva un dibujo preparatorio.
Completada su formación, en 1839 es propuesto por la Academia como profesor suplente en el Estudio de Dibujo de la Trinidad, un centro tutelado por la Institución para impartir cursos de iniciación al aprendizaje de las Bellas Artes.
A partir de este momento, Elbo compagina su actividad pictórica con la docencia. Completan sus magros ingresos sus trabajos para el grabador Vicente Castelló. Con él, junto a otros pintores como Alenza, Zarza, Esquivel y Manuel Miranda, colabora en su magnifica edición de Gil Blas de Santillana; también en la publicación de las obras de Francisco de Quevedo y Villegas, ilustrada con notas y grabados por Basilio Sebastián Castellanos y Vicente Castelló. Su estilo suelto y expresivo se vuelve a encontrar en obras de Mesonero Romanos, las Escenas Matritenses y El Panorama Matritense, sin olvidar su colaboración en El Semanario Pintoresco, fundado por el cronista madrileño en 1836.
En este año se presentó, tal vez por vez primera, a la exposición anual de la Academia de San Fernando con su obra Un vaquero a caballo con dos toros, la primera de una larga serie de vacadas y apartados pintados por el artista en su corta carrera y que, junto a sus retratos familiares, constituyen lo mejor de su producción.

Al año siguiente concursaría con su obra Mujeres yendo al baño (colección particular madrileña). De esta misma fecha, firmado y fechado, es su retrato de Familia del sastre de palacio don Cayetano Fuente, del Museo Romántico de Madrid.

En 1837, junto a Gutiérrez de la Vega y Esquivel, Elbo participa en la fundación del Liceo Artístico y Literario de Madrid.
Para la segunda exposición celebrada por esta entidad en 1838, Elbo presenta sus lienzos Contrabandista y Majo, que fueron adquiridos por la reina gobernadora María Cristina, protectora de la nueva institución. Junto a estos cuadros el pintor ofrece al público su Suerte de picadores de toros (Colección Berckermeyer de Lima).
Son éstos los años de plenitud y madurez creativa del artista. El pintor se convierte en protegido del duque de Osuna y del embajador de Londres en Madrid.
Asiste a la tertulia del Café del Príncipe. Se mezcla entre las clases populares, toreros, chalanes y trajinantes, vestido de majo. Sale al campo para tomar apuntes del natural. En una palabra, vive la apoteosis del Romanticismo naciente de estas décadas.
En 1841, Elbo lleva a cabo un viaje a través de la Alcarria, durante el cual realizará un importante álbum de tipos populares y monumentos. A su regreso, comenta Ossorio, emprende su mejor cuadro: La plaza de toros de Madrid, hoy en paradero desconocido.
Para esta gran obra realiza numerosos apuntes de tipo taurino —lienzos de pequeño formato—, muchos de los cuales se encuentran en la colección peruana de Berckermeyer, al igual que el excelente retrato de Francisco Montes Paquiro y su esposa.
Montes y su mujer. Óleo sobre lienzo. José Elbo, 1.840. Real Maestranza de Sevilla.
Junto a su iconografía taurina, un tema que siempre le habría de fascinar, está su faceta de retratista. Ya se ha referido el retrato de Cayetano Fuentes, o el de Montes y su esposa, elaborado con técnica de miniaturista.
Ante los pinceles de Elbo desfilaron otros personajes de la época, como el corregidor madrileño Eduardo Latorre y Peña, La familia de Juan Manuel de la Pezuela, o el excelente retrato femenino del Museo de Bellas Artes de Cádiz.
Corría el otoño de 1843 cuando Elbo, forzado por motivos de salud, abandona Madrid para desplazarse a su ciudad natal. El pintor está ilusionado por reencontrase con su familia, con su infancia. También desea visitar Granada y copiar vistas de Andalucía. A su paso por Despeñaperros, dice Muñoz Garnica, realiza algunos apuntes del natural. Una caída de la cabalgadura, apenas iniciado el viaje a Granada, debió herirle de muerte. Elbo debe regresar a Úbeda y, poco después, a Madrid.
Pero antes de su reencuentro andaluz José Elbo había realizado dos de sus mejores obras, dos excelentes paisajes custodiados hoy por el Museo Romántico de Madrid: Una venta y Vaqueros con ganado. La venta tal vez sea La venta de la Trinidad, de la que brinda cumplida referencia Francisco Cuenca en su célebre Museo de Pintores y Escultores andaluces; Los vaqueros con ganado, para este autor, no es otro lienzo que el titulado Una torada en la Muñoza. Y junto a estos cuadros, otros tan interesantes como Un ventorrillo en el Manzanares —también citado por Cuenca y Laínez Alcalá—, La calesa, Garrochista, Boyero guardando ganado o Amazona, todos ellos pertenecientes a colecciones particulares madrileñas, cuando no al propio mercado de arte.

A finales de 1844 Elbo regresa a Madrid.
Su estado de salud es deplorable. Visita, tras dos años de ausencia, el Café del Príncipe, donde abraza a sus viejos amigos. Pero su salud, víctima de la tuberculosis, repentinamente se agrava.
El 4 de noviembre de este año, sin apenas haber cumplido los cuarenta años de vida, José Elbo muere, siendo sepultado en el nicho número 230 del cementerio de la Puerta de Fuencarral.
Según Esquivel: “Sus virtudes eran grandes: generoso como el que más, facilitó sus apuntaciones a muchos que de ellas sacaron gran provecho; daba cuanto tenía y pintó un cuadro para que se rifase cuando tuve la desgracia de estar ciego”.
Un año más tarde moría Alenza, siendo enterrado en el mismo cementerio. El Español, que se hacía eco de la noticia, comentaba: “Alenza ha muerto; hace poco las artes vistieron de luto por la muerte del malogrado Elbo: puede decirse que se han hundido en el sepulcro los últimos restos de Goya”.
Heredero de Goya, su arte tomó también mucho costumbrismo centroeuropeo . Brilla su ingenio plasmando la vida popular de Madrid, en escenas ágiles y vivas, de pincelada suelta y riqueza de color, a veces tratadas con ironía y humor (El sacamuelas, Museo del Prado), donde son detectables tanto influjos de Goya como de los pintores flamencos, alejadas del romanticismo oficial. Fue también excelente retratista, buscando sus modelos en la gente sencilla (Autorretrato, Museo del Prado, La familia de Cayetano Fuentes (1837), Museo Nacional del Romanticismo, Madrid; Un militar y su esposa) y escenas campestres de observación penetrante y gran delicadeza de colorido.

Se distinguió también como ilustrador, su quehacer viene a formar un universo cerrado dentro de la pintura romántica y taurina que se ha hecho en España. Sin embargo, la intención de Elbo, si bien asimila la corriente del momento, no es menos cierto que plantea aspectos de naturaleza más sosegada y de color más temperadamente cálido y evocador, aunque en algunas pequeñas piezas se perciba la influencia de Goya a quien sigue más o menos directamente.
La obra de Elbo —salvo ciertos resabios neoclásicos— está muy alejada de la producción de José Aparicio. Sin embargo, parece evidente sus conexiones iconográficas con otros pintores madrileños como Eugenio Lucas y Leonardo Alenza, conexiones temáticas que nada tienen que ver con la veta expresiva y goyesca de la pintura madrileña. Mayor relación se puede observar entre la obra de Elbo y la pintura de maestros sevillanos como Gutiérrez de la Vega o el propio Esquivel, dada su pincelada minuciosa y académica, en ciertos casos casi miniaturista, su cuidado dibujo y su extraordinario sentido narrativo.
Estas características, así como el tratamiento de la luz y el paisaje, aproximarán también a nuestro artista a la pintura flamenca y británica, características que profundizarán aún más el eclecticismo de su obra. Y ello sin olvidar los préstamos del vedutismo septentrional italiano de autores como Marco Gozzi y Giuseppe Bisi, una obra que sorprende por sus composiciones ilusorias o el tratamiento de la luz, tan apartadas de las delirantes recreaciones de un Pérez Villaamil, o la plascicidad expresionista de Lucas.
El eclecticismo es la constante, cuando no la principal característica, que predomina durante años en la pintura española de la primera mitad de nuestro siglo XIX. Y en ello Elbo no es una excepción. Sin embargo, su costumbrismo de raíz populista y castiza, su colorido local, su mirada nostálgica y lírica de un tiempo herido de muerte, confieren a la obra de Elbo su mejor identidad y su mayor atractivo.