EL ATRIL
Por: Isabel Rezmo

Joaquín Torres-García, pintor, muralista, ilustrador, escultor, teórico y profesor, nació el 28 de julio de 1874 en Uruguay, donde transcurrió su infancia y adolescencia, antes de trasladarse a España con su familia en 1891. Los Torres-García pasaron una breve temporada en Mataró antes de irse a vivir a Barcelona, donde Joaquín se matriculó en la Academia de Bellas Artes y en la Academia Baixas.
En principio se formó a la manera tradicional, estudiando el arte neoclásico; tal vez fuera esto lo que le indujo a renunciar a una formación académica y a buscar una experiencia más autodidacta. A partir de 1893 emprendió por su cuenta una búsqueda artística personal que, por lo general, cobraba nuevos bríos con las conversaciones que sostenía con Pijoan, Zulueta y Marquina en el Cercle de Sant Lluc y, a partir de 1897, con los asiduos del café bohemio Els Quatre Gats. Torres-García, muy influenciado por la obra gráfica de Toulouse-Lautrec, que había tenido ocasión de contemplar en la exposición que de la misma se celebró en 1896 en la Sala Parés de Barcelona, empezó a colaborar como ilustrador en una serie de libros y publicaciones periódicas, entre los que cabe citar las revistas Revista Popular y Barcelona Cómica y la obra de Jacinto Benavente La vida literaria. En 1897 el artista expuso unos cuantos dibujos en la galería Vanguardia y en 1901 presentó una serie de paisajes románticos, que había ejecutado para la revista de Utrillo Pèl i Ploma, en el Salon de París. A principios de siglo Torres-García era ya un pintor y muralista de reconocido talento, como subraya Eugeni d’Ors en un artículo publicado en 1905 en El Poble Catalá.

El floreciente ambiente artístico que se vivía en Barcelona y su original modernismo indujeron a Torres-García a colaborar con Antonio Gaudí en la ejecución de una serie de vidrieras para la catedral de Palma de Mallorca y la Sagrada Familia (1903-1904). En 1910, mientras trabajaba en dos importantes paneles murales para la Exposition Universelle de Bruselas, Joaquín Torres-García tuvo ocasión de conocer y admirar el clasicismo monumental de Pierre Puvis de Chavannes. Al año siguiente, con ocasión de la VI Exposició d’Art de Barcelona, la crítica lo definió como uno de los representantes más significativos del Noucentisme. En 1912 le encargaron los frescos para la decoración del Saló Sant Jordi del Palau de la Generalitat, que suscitaron exacerbados comentarios entre la crítica. Torres-García se retiró a Terrassa, donde creó la Escola de Decoració, se dedicó a la enseñanza y publicó Notas sobre arte en 1913 y Diálegs en 1915. Partiendo de un planteamiento artístico más personal, ejecuta cuadros que, por su composición marcadamente geométrica, anticipan su estilo constructivista de madurez. Entre tanto, cada vez son más numerosas las exposiciones que celebra, tanto en España como en el extranjero. En 1920 el artista y su familia se trasladan a Nueva York, donde Joaquín se dedica durante una temporada a diseñar juguetes. De nuevo en Europa, en 1928 Torres-García conoce a Piet Mondrian en París y funda el grupo Cercle et Carré, del que sin embargo se aleja pocos años después. En 1934 el artista decide regresar a Uruguay, donde vivirá el resto de su vida, dedicado a la tarea de introducir las vanguardias europeas y desarrollar su constructivismo universal a través de la fundación de la Asociación de Arte Constructivo y el Taller Torres-García. En esa época ejecuta el Monumento cósmico (1938, Montevideo) y publica Universalismo Constructivo (1944), su obra teórica de más envergadura. Joaquín Torres-García murió en Montevideo el 8 de agosto de 1949.


OBRA Y TRAYECTORIA
Desde sus primeros años Torres García rechaza la pintura que trata de imitar la realidad, y tiende a la pintura que construye una realidad en sí misma. Así, en la primera década del siglo realiza su “Arte Mediterráneo”, donde la antigüedad clásica cobra vida en clave moderna por su fuerte estructura y carácter plano y sintético. En esos años Torres se aboca al arte mural, decorando iglesias, casas particulares y edificios públicos.
A partir de 1916, en un contexto de guerra mundial y conmociones sociales Torres García experimenta un cambio vital y artístico que se ha llamado “la crisis del 17”. La ciudad, la gente y el ritmo de las calles se tornan protagonistas de su obra y se relaciona con artistas de vanguardia como Rafael Barradas y Salvat Papasseit. En 1920 se muda con su esposa e hijos a Nueva York. En su obra de entonces aparecen la tipografía y elementos gráficos que resuenan al ritmo visual de la moderna metrópolis.
Cuando en 1926 Torres García se instala en París, se integra plenamente a las vanguardias y crea el grupo “Cercle et Carré”. En sus obras constructivas estructura el espacio plástico en líneas ortogonales trazadas en base a la sección áurea, desplegando en él signos de resonancia universal. Se trata pues de encontrar un equilibrio entre la razón y la intuición.

En 1934 vuelve a Montevideo para radicarse allí definitivamente con la intención de generar un movimiento artístico apoyado en las ideas del Universalismo Constructivo, que trasciende los límites de la teoría estética para constituirse en un modo de entender el arte y la vida. Dicta numerosas conferencias, edita revistas y libros, realiza audiciones radiales.
El Universalismo Constructivo es, según Torres García, un modo de ver y hacer arte; el título reúne 150 conferencias dictadas en Uruguay entre 1934 y 1943, y fue publicado por Ed. Poseidón en 1944. En su subtítulo declara «Contribución a la unificación del arte y la cultura de América» y a lo largo de sus más de mil páginas fundamenta la doctrina plástica torresgarciana, incluye 253 dibujos de Torres García.[1]
Según afirmaría el maestro, se trataría de expresar con su arte la comunión del hombre con el orden cósmico. Prueba de esto, es que una de sus obras preferidas, realizada en esta misma época, es el Monumento Cósmico, que dibuja en la piedra, con la simbología del universalismo constructivo, su concepción de la vida a través del arte. Este monumento se encuentra actualmente en los jardines del Museo Nacional de Artes Visuales, en el Parque Rodó, de la ciudad de Montevideo, Uruguay.
Torres García se encontraba abocado a la búsqueda de una forma de expresar en conceptos, en formas simplificadas de la realidad, a esta realidad misma. Buscaba transmitir un mensaje a través de signos que admitieran lecturas libres de subjetividad.
Dicho en sus propias palabras «o bien el nombre escrito de la cosa, o una imagen esquemática lo menos aparentemente real posible: tal como un signo».

En 1935 crea la Asociación de Arte Constructivo y en 1942 se consolida el Taller Torres García. Expone doscientas veinte obras en una retrospectiva en la Sociedad de Amigos del Arte. Al día siguiente pronuncia allí mismo la conferencia: Caminos de mi pintura.
Alquila un local en la calle Uruguay 1037, para utilizarlo como sala de exposiciones y lo llama Estudio 1037.
Termina su autobiografía Historia de mi vida.
Cuando fallece en 1949, Torres García es guía y mentor de una pléyade de jóvenes pintores.


