Por: Cecilia Ortíz

13 de junio: «Día del Escritor«, en homenaje al nacimiento de Leopoldo Lugones. (1874-1938), poeta, cuentista, ensayista y novelista argentino
Lugones fue un artista que a través de sus variadas obras lideró la vanguardia literaria del modernismo de finales del siglo XIX.
Lugones nació en el municipio de Villa María del Río Seco, en el norte de la provincia de Córdoba.
En 1.928 fundó con Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges, Baldomero Fernández Moreno y Ricardo Rojas, entre muchos otros, la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y fue el primer presidente de la misma.
Tras su decisión de irse de este mundo el 18 de febrero de 1938, la SADE declaró al día de su nacimiento 13 de junio como el «Día del Escritor» en Argentina.
Entre las obras narrativas de Lugones se destacan La guerra gaucha (1905), Las fuerzas extrañas (1906) y Cuentos fatales (1926); y en poesía: Las montañas del oro (1897), Los crepúsculos del jardín (1905), Lunario sentimental (1909), Las horas doradas (1922) y Romancero (1924).
Su obra poética es considerada como la inauguración en lengua castellana de toda la poesía moderna, además del inicio de todas las experiencias y experimentos de la poética moderna en español. Fue el primero en hacer uso del verso libre en la literatura hispánica. Con sus cuentos, se transformó en el precursor y uno de los pioneros de la literatura fantástica y de ciencia ficción en Argentina. También fue de los primeros escritores de habla hispana en producir microrrelatos.
Estilísticamente, se caracteriza por la profusión de metáforas y métricamente por el uso de un verso semilibre.

La producción de Leopoldo Lugones incluye una variedad de cepas poéticas que van desde la exaltación de la patria en poemas monumentales hasta una versión estilizada del género gauchesco, pasando por zonas que condensan la potencia de la experiencia lírica y otras que recurren al humor para tramar parodias mordaces.
Los poemas referidos a aves del campo argentino, como “El chingolo”, “El hornero” y “La urraca”, siguen en este estilo, buscando llegar al alma del lector, que si capta la sencillez espiritual de estos textos llega al corazón de la obra de un gran auto, que no necesita recurrir a grandilocuentes palabras para expresar sus sentimientos.
Esta forma sencilla de escribir, que requiere un profundo conocimiento de las palabras,
El libro póstumo de Lugones, Romances del Río Seco (1938), se inserta en la tradición de la poesía gauchesca. Pero se trata de una versión estilizada: el cantor de coplas no es aquí un gaucho iletrado, sino un narrador autobiográfico que cuenta viejas historias y leyendas de su pueblo natal, Villa María del Río Seco, Córdoba. En el auditorio no hay tampoco gaucho alguno, sino el círculo de letrados próximo a Lugones, a quienes dedica cada poema.
La importancia excepcional de una personalidad puede constituir serio obstáculo, a la vez que acicate estimulante para el desvelamiento de las estructuras más profundas de su pensar y hacer. Y cuando esa importancia, arraigada en medio de la controversia y la polémica, revierte en influencia decisiva para el itinerario de un pueblo, entonces la personalidad configura todo un fenómeno en el que lo problemático y lo incentivador se potencian. Tal, el «fenómeno» Lugones. Pocos ignoran hoy el caudillismo intelectual que, en nuestra literatura, ejerció Leopoldo Lugones. Nada más apropiado que la idea de caudillismo para explicar el doble aspecto de ascendencia y orientación con que el escritor signó a las generaciones literarias que le siguieron: «después de Lugones, se escribe de otro modo, aunque no se escriba como él» . Su época, sin embargo, le retaceó el elogio merecido, porque lo excesivo incómoda. Y Lugones fue excesivo en la palabra, en la acción, en el cambiante panorama de las opiniones. Esto último, sobre todo, le trajo aparejados el resentimiento, la crítica, el odio encubierto o agresivo. Imposible entender al hombre que, teniendo «la condición del viento», ni siquiera se molesta en justificar sus cambios. Intolerable, cuando los patrones culturales y políticos disponen que el estatismo es sinónimo de aptitud.
EL HORNERO
La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.
En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.
Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se la habrá puesto bermejo.
Elige como un artista
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.
Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.
Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando al cielo
en el agua de su lodo.
Por fuera la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un tosco y buen corazón.
Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.
La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.
La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.
Concluyó el hornero el horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.
Ya explora al vuelo el circuito,
ya, cobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.
La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.
Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo
su vajilla de cristal.
OCEÁNIDA
El mar, lleno de urgencias masculinas,
Bramaba alrededor de tu cintura,
Y como un brazo colosal, la oscura
Ribera te amparaba. En tus retinas,
Y en tus cabellos, y en tu astral blancura,
Rieló con decadencias opalinas
Esa luz de las tardes mortecinas
Que en el agua pacífica perdura.
Palpitando a los ritmos de tu seno,
Hinchóse en una ola el mar sereno;
Para hundirte en sus vértigos felinos
Su voz te dijo una caricia vaga,
Y al penetrar entre tus muslos finos,
La onda se aguzó como una daga.
HISTORIA DE MI MUERTE
Soñé la muerte y era muy sencillo:
Una hebra de seda me envolvía,
y a cada beso tuyo
con una vuelta menos me ceñía.
Y cada beso tuyo
era un día.
Y el tiempo que mediaba entre dos besos
una noche. La muerte es muy sencilla.
Y poco a poco fue desenvolviéndose
la hebra fatal. Ya no la retenía
sino por un sólo cabo entre los dedos…
Cuando de pronto te pusiste fría,
y ya no me besaste…
Y solté el cabo, y se me fue la vida
Leopoldo Lugones ha legado a las futuras generaciones su obra y una vida que merecen el recuerdo de quienes aman la literatura. Su poesía nos muestra una faceta que complementa su obra en prosa y viceversa. Acerquémonos a sus escritos con el respeto que merece este escritor que expresó sus sentimientos desde una vida que tuvo muchos misterios que quizás nunca descubramos en su totalidad.