PALABRAS CON HISTORIA: LA GUERRA DE SECESIÓN

Por: Marcos López Herrador

La primera gran demostración del poder destructivo que la industrialización podía traer consigo se puso de manifiesto en la segunda mitad del siglo XIX, durante la Guerra de Secesión de los Estados Unidos, donde la muerte en masa de los soldados en el campo de batalla y los muertos entre la población civil anticiparon lo que serían las guerras en el siglo XX. Este conflicto tuvo una importancia capital, porque su resultado está en la base del desarrollo industrial, económico y financiero de esta nación, que propició que un siglo más tarde ejerciese el liderazgo en el mundo.

Fruto de la propaganda, existe la romántica idea de que la Guerra de Secesión, entre el Norte y el Sur de los Estados Unidos, se produjo para liberar a los esclavos negros. Se provoca con ello un error de concepto del que siempre han sabido sacar provecho los vencedores. La esclavitud como institución jugó un papel fundamental como causa del conflicto, pero las personas negras esclavizadas, que sufrían tan indigna situación, ni interesaban a nadie, ni a nadie quitaba el sueño liberarlos y mucho menos se estaba dispuesto a iniciar una guerra persiguiendo tal objetivo.

La realidad fue muy otra. A efectos políticos y de representación en las cámaras legislativas resultaba sumamente relevante que un estado fuese esclavista o no. Entre 1800 y 1810 existía un claro equilibrio entre estados y, aunque en el Congreso crecía una clara hostilidad hacia la esclavitud, era imposible que los abolicionistas obtuvieran una mayoría suficiente para derrotar a los esclavistas. Ese equilibrio comenzó a romperse con la apertura hacia el Oeste, que transformó esta cuestión, porque lo más probable es que los estados abolicionistas, surgidos en los territorios del Oeste, superaran pronto a los esclavistas y contaran con mayoría suficiente como para modificar la Constitución. La supervivencia de la esclavitud estaba segura mientras dependiera de la voluntad de los propios estados y se respetara la autonomía regional, pero el auténtico peligro radicaba en lo que hiciera el gobierno federal. La disputa se centró entonces en las condiciones en las que los nuevos territorios deberían incorporarse a la Unión y, cuando hubo que determinar la organización de La Luisiana, recién comprada, y después del territorio tomado a Méjico, resultó un asunto clave decidir si se iba a permitir la esclavitud en estos nuevos territorios. En el Norte, donde los esclavos no significaban más del 1 % de la población y lo que su industria necesitaba es abundancia de mano de obra barata, surgió un fuerte movimiento abolicionista que acabó situando el debate en el centro de la escena política, lo que siempre fue percibido por los estados del Sur como una intromisión ilegítima en su forma de vida.

Hasta 1819, se admitieron nuevos estados en la Unión en forma alternativa, de modo que en uno se permitía la esclavitud y en el siguiente no. La crisis llega con la admisión del estado de Missouri que, procedente de la Luisiana recién adquirida, tenía esclavos, según la legislación favorable de españoles y franceses, anteriores propietarios del territorio, que los colonos pretendían mantener. El asunto pudo solucionarse gracias al “Compromiso de Missouri” de 1820, que admitió a este estado como esclavista, pero aceptando a su vez a Maine como no esclavista y prohibiendo nuevas extensiones de la esclavitud al norte de la línea de latitud de 31º 30´. Un nuevo compromiso en 1850 permitió que California ingresara como no esclavista mientras Texas y Nuevo México lo serían o no en función de lo que decidiera la población de esos estados. Esta tregua, iniciada en 1850, se rompió ante la necesidad de organizar Kansas, que estaba al norte de la línea 32º 30´ y era proesclavista. Los abolicionistas intentaron intimidar a este estado, al punto de provocar el primer derramamiento de sangre. Los abolicionistas también montaron en cólera cuando en 1857 el Tribunal Supremo dio la razón a los propietarios de esclavos, al ordenar la devolución de uno de ellos a su amo. Todo era ofensivo para los estados del Sur, ya que no estaban dispuestos a entender por qué alguien ajeno a ellos se arrogaba la potestad de decirles cómo tenían que organizar sus vidas, o por qué unos estados libres tenían que rendir cuentas ante otros. La esclavitud era legal y se había visto refrendada por el Tribunal Supremo en 1857. De qué tenían pues que avergonzarse cuando además percibían que, en la actitud prepotente y humillante del Norte, no subyacía sino la hipocresía más insidiosa, al querer aparecer como moralmente superiores, cuando el racismo estaba tan arraigado en el Norte como la esclavitud en el Sur. Sabían que los verdaderos intereses del Norte no eran otros que la expansión económica, tierras gratuitas en el Oeste, mercado libre de trabajo, una tarifa proteccionista para los productores y un banco de los Estados Unidos, mientras los intereses del Sur se oponían a todo eso.

Y esta fue exactamente la causa real de la guerra. En cierto sentido, la misma causa que dio lugar a la de la independencia de la Gran Bretaña. La burguesía de la parte septentrional de la Costa Este estaba decidida a desarrollar su propia industria. Aparte de las cuestiones fiscales, que tanto enervaron los ánimos, los ingleses pretendían que las colonias tuvieran el papel de suministradoras de materias primas y alimentos y consumidoras de productos manufacturados fabricados por la industria inglesa. Fue el mismo proyecto que tuvieron para toda Hispanoamérica y que los independentistas criollos aceptaron complacidos, dando lugar a que jamás pudieron desarrollar su propia industria. Los rebeldes del norte no aceptaron ese papel y se independizaron, continuando con su idea y meta de crear una industria propia. Conseguirlo exigía preservar con aranceles el mercado norteamericano para proteger el desarrollo de la industria que pretendían poner en pie, de modo que los productos ingleses, fabricados por una industria ya desarrollada y altamente competitiva, más baratos y de mejor calidad, no se quedaran con el mercado que los estados industriales del Norte necesitaban para vender sus productos, aún menos competitivos por ser de menor calidad y más caros. Los estados del Norte no podían asumir la secesión declarada del Sur, porque su industria necesitaba precisamente ese mercado para poder desarrollarse.

A las élites del Sur les resultaba insoportable que una situación así les fuese impuesta. Ellos, con sus cultivos y sus exportaciones, sobre todo de algodón y tabaco, es decir de materias primas y alimentos, generaban la suficiente liquidez como para poder adquirir sin problemas los productos ingleses manufacturados, que, como ya se ha dicho, además de ser de mejor calidad, resultaban más baratos. Los estados del Sur eran partidarios del libre comercio, sin reparar que era la ideología que la Gran Bretaña pretendía imponer en el mundo, justo porque disponía de la industria más potente y eficiente del momento, que, por cierto, había sido puesta en pie con medidas nada liberales, a base de un riguroso proteccionismo, aranceles y apoyo estatal. Si predicaba todo lo contrario es porque el libre comercio beneficiaba la venta de sus manufacturas e impedía que los países productores de materias primas desarrollasen una industria mínimamente eficiente. Esta fue la trampa en la que cayó Hispanoamérica y esta fue la trampa en la que los estados del Norte se negaron a caer. Sin embargo, los estados del Sur, lo percibían como una imposición inasumible que en el ejercicio de su libertad no estaban dispuestos a tolerar. Esto, junto a la ruptura del equilibrio entre estados esclavistas y abolicionistas, fue lo que en realidad dio lugar a la Guerra de Secesión. Nótese que no son los estados del Norte los que inician la guerra para supuestamente liberar a los esclavos, sino los estados del Sur los que declaran su secesión de los del Norte, por las razones explicadas.

En apoyo de la posición de que el Norte pretendía la liberación de los esclavos, con frecuencia se menciona la Proclama de la Emancipación. Sin embargo, resulta necesario recalcar que precisamente esta proclamación no viene sino a demostrar por la vía de los hechos que la causa de la abolición no aparece hasta bien entrada la guerra. El 1 de enero de 1863 con esta Proclama se hizo realidad la peor pesadilla de los políticos del Sur, debido precisamente a la guerra que ellos mismos habían comenzado. Aunque lo cierto y verdad es que esta proclamación no tenía efectos prácticos en los estados rebeldes, cuyo territorio no dominaba el Norte y, por tanto, mal podía imponer norma alguna, sí que tuvo consecuencias prácticas a efectos propagandísticos, ya que la guerra dejó de ser un conflicto meramente militar o político para convertirse en un choque entre dos conceptos éticos y morales. Así se entendió en Gran Bretaña, donde la opinión pública se volvió contra la causa sudista y se alejó definitivamente la posibilidad de reconocer al gobierno de Richmond, dándose reacciones similares tanto en Francia como en España. A partir de ese momento, las tropas federales pasan a ser consideradas como defensoras de una “buena causa” que galvaniza a los ciudadanos del Norte. La abolición de la esclavitud es el gran argumento legitimador que el Norte necesita para cubrir su fin último que no es otro que mantener unido al país, pero ahora contando con ese elemento de orden moral superior. El Sur, que hasta ese momento había sostenido la noble y legítima causa de luchar por la defensa de su libertad e independencia, se ve ahora, ante la opinión mundial, como una comunidad titular de una antigualla inmoral y difícil de sostener, como es la esclavitud, desde todo punto incompatible con la dignidad de un país. Ese es el gran logro del documento, porque, como ha quedado dicho, a efectos prácticos sólo es aplicable a los estados de la Confederación de los que se menciona específicamente a diez. No menciona a los estados esclavistas que no declararon la secesión y luchan al lado de la Unión, sin liberar a sus esclavos, como Kentucky, Missouri, Maryland y Delaware. Tennessee ya había vuelto al control de la Unión, por lo que resultó exento. Virginia resultó nombrada, pero se establecieron exenciones para los 48 condados que estaban en proceso de creación de lo que luego fue Virginia Occidental que se puso del lado de la Unión, así como otros 7 condados y 2 ciudades. Nueva Orleans fue específicamente exenta y 13 distritos de Luisiana, todos los cuales estaban ya bajo control federal en el momento de la proclamación. Es decir, como puede verse, la Proclamación liberaba a todos los esclavos que se encontraban en territorios fuera del control de la Unión. De hecho, la institución de la esclavitud no se había ilegalizado, hubo que esperar al 18 de diciembre de 1865 para ver promulgada la Décimo Tercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, que supuso el fin legal de la esclavitud y la continuidad de un racismo cuyas manifestaciones más sórdidas y violentas llegaron hasta los años sesenta y setenta del siglo XX.

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