PALABRAS CON HISTORIA: INQUISICIÓN

Por: Marcos López Herrador

Contrariamente a lo asumido por quienes, lejos de estar mínimamente informados, se dejan llevar por las falsedades impuestas desde el ámbito de lo negrolegendario, la Inquisición no es un invento español. En 1184, aparece en Francia, en el entorno episcopal para luchar contra la herejía cátara. Formalmente, es el papa Gregorio IX quien la instituye en el año 1231 para erradicar las desviaciones de la doctrina oficial de la Iglesia, dentro de ese contexto mencionado de la guerra contra los cátaros, también llamados albigenses. Lo que realmente se pretendía era alejar al poder civil de la represión de la herejía, y más que endurecer esa represión, someterla a reglas preestablecidas. En realidad, inquisición significa investigación. Era un tribunal sometido directamente al papa y no a los obispos locales, que estaba compuesto por predicadores de las órdenes mendicantes, como franciscanos y especialmente dominicos. Era pues un tribunal y no una fuerza armada la que se encargaba de llevar a cabo la función asignada. El procedimiento seguido se iniciaba con la identificación del hereje, previa denuncia e investigación. Después se le predicaba y se le trataba de persuadir. Si persistía en su actitud, se intentaba obtener su confesión, aplicándosele tortura, si fuese necesario. Si se retractaba, se le absolvía, previo cumplimiento de alguna pena, no demasiado gravosa, pero, si se mantenía en el supuesto error, entonces la pena se endurecía, pudiendo llegar a aplicársele la de muerte. Al reino de Aragón llegará la Inquisición en el año 1249, aunque no es esta la que se conoce como Inquisición española, que llegará más tarde a causa de la desconfianza popular hacia los judíos. En principio, la Inquisición no tenía por objetivo a los judíos que seguían fieles a su credo, sino aquellos que, habiéndose convertido al cristianismo, se mantenían en secreto en sus prácticas hebreas. A partir de 1391, se producen ocasionales explosiones de violencia, dentro de una atmósfera verdaderamente asfixiante en la que la presión para que se conviertan al cristianismo corre paralela con la desconfianza hacia quienes se han convertido. Son dos conversos, el jerónimo Alonso de Oropesa y el franciscano Alonso de Espina, quienes piden a Enrique IV de Castilla en 1461 que establezca la Inquisición, pero no será hasta 1480 en que nace el Santo Oficio, cuando el papa, a solicitud de Isabel y Fernando, movidos por el dominico Tomás de Torquemada, descendiente de conversos, autorice a los reyes a nombrar inquisidores en sus reinos. En cualquier caso, debe quedar claro que la Inquisición como tal no es una invención de la Iglesia católica, pues de hecho todas las grandes religiones han tenido verdadera aversión por las herejías y las han perseguido con rigor. Antecedentes muy antiguos de esta institución existen tanto en la religión judía como en la musulmana.

La Inquisición española nace con el propósito de lograr la integración plena de los conversos, pero a lo que dio lugar más bien fue a la expulsión de los judíos en 1492, no por serlo, sino argumentando que su presencia impedía que los conversos vivieran adecuadamente su nueva fe cristiana. Conviene aclarar que no actuaba ni perseguía a judíos, ni a musulmanes ni a indios, pues sólo podía actuar sobre población cristiana. Su acción se desplegaba siempre sobre cristianos, fueran musulmanes conversos, judíos en la misma situación protestantes, por ser también cristianos, o indios neófitos en la fe. El Santo oficio en España actuaba bajo la autoridad de la corona por delegación del papa.

En relación con la expulsión de los judíos, la leyenda negrolegendaria parece atribuir tal acción en exclusiva a los españoles, olvidando conscientemente que de algunos países y con anterioridad fueron expulsado dos y tres veces. De Francia fueron expulsados en los años 1182,1306 y1394; de Alemania en 1348 y 1375; en Inglaterra fueron proscritos en 1290, aunque se les permitió regresar en el siglo XVII; los califas musulmanes los expulsaron en 1066 y en el siglo XIII; en Rusia fueron expulsados en el siglo XII. Con posterioridad a 1492, fueron expulsados de Viena en 1670; de Bohemia en 1744; de Rothemburgo en 1519; además de Bremen, Lubeck, Colonia, Fráncfort, Worms, etc. Sin embargo, cuando se habla de la expulsión de los judíos parece que es algo que solo ocurrió en España en el año 1492. También se pretende ocultar que en la Europa de la época aquella decisión fue generalmente bien valorada como un acto de buen gobierno por los mayores intelectuales del momento como Maquiavelo, Giucciardini, Pico Della Mirandola y muchas otras reconocidas figuras del renacimiento. 

Resulta muy fácil tomar las cifras de número de juzgados, sentencias y ejecuciones y analizarlas con la mentalidad del siglo XXI para acto seguido horrorizarnos, y hacerlo especialmente con el caso español, como si en la época no se hubiesen dado otros casos más graves aún en otros países de nuestro mismo entorno y cultura. Por eso, conviene recordar que, en 1524, en la llamada “guerra de los campesinos”, en Alemania, donde la cuestión religiosa resultó fundamental junto con la crisis social que actuó como desencadenante de aquellos hechos, se produjeron 200.000 muertos. En Inglaterra, las persecuciones de Enrique VIII y de su hija Isabel I contra los católicos fueron brutales. Las guerras de Cromwell contra Irlanda, entre 1641 y 1652, dejaron 400.000 católicos muertos. En Suiza fue notable el terror impuesto por el protestante Calvino en la ciudad de Ginebra entre 1553 y 1558. En Francia, entre 1562 y 1598, las guerras entre católicos y hugonotes dejarán la escalofriante cifra de dos millones de muertos. En la matanza de San Bartolomé, entre agosto y octubre de 1572, murieron 20.000 hugonotes. Resulta evidente que la intolerancia, en aquella época, no estaba radicada sólo en el Santo Oficio. En el año 1609 llega a España una suerte de psicosis colectiva que estaba sacudiendo a Europa a cuenta de las brujas. El terror popular se extendió de tal modo que, en el continente, entre 1580 y 1640, se llevaron a cabo 110.000 procesos por brujería, produciéndose 60.000 ejecuciones en lugares donde la Inquisición no existía. Solo en Alemania perecieron más de 25.000 mujeres acusadas de brujería. En España, cuando se produjo el caso de las brujas de Zugarramurdi, la Inquisición reclamó para sí el caso que fue llevado por el inquisidor Alonso de Salazar, quien llegó a la conclusión de que no había nada de sobrenatural en el caso. Fue el primer país en el que se dejó de quemar brujas, habiendo sido muy pocas las infortunadas y todo ello a instancias del Santo Oficio.

En sus tres siglos y medio de existencia, la Inquisición española procesó a unas 125.000 personas. La mitad de ellas antes de 1560. Las condenas a muerte fueron unas 10.000, siendo la mitad de ellas ejecutadas en efigie, con lo que las ejecuciones reales no pasaron de catorce al año, cifra insignificante comparada con las ejecuciones que el poder civil llevaba a término. En cuanto al uso de la tortura, las investigaciones realizadas han llegado a la conclusión de que era menos frecuente de lo que el tópico señala y desde luego mucho menos frecuentes que en los procedimientos llevados a cabo por la autoridad civil.

En línea con la conveniencia ya dicha de ponerse en la mentalidad de la época para comprender mejor la historia, sería muy conveniente entender hasta que punto era importante la religión, más allá del puro hecho espiritual, en el sostenimiento de la estructura social y política de la época. Son muchos los elementos que dan cohesión a una comunidad y contribuyen a su unión. A finales del siglo XV la religión era piedra angular para cumplir esa función de cohesionar al grupo. Una herejía no era más que un peligroso elemento que facilitaba la división y el enfrentamiento entre miembros de una comunidad, con las trágicas consecuencias que en aquel momento tal hecho podía tener. Pero es que había algo que hacía trascender cuanto exponemos del mero hecho religioso; se trata de que la religión se había convertido en la fuente de legitimación del poder político. El poder tenía un origen divino y el rey era el legítimo representante de Dios ante su pueblo y ejercía su soberanía basado en esa legitimidad y no en otra. El triunfo de una herejía suponía la fragmentación de esa fuente de legitimidad, cuyo control en modo alguno el rey estaría dispuesto a perder. Mantener la ortodoxia era de vital importancia para mantener la continuidad del poder político. La historia debe servir para aprender de ella; para no repetir aquello que se hizo mal y mejorar nuestro presente y nuestro futuro. Caer en juzgarla con la mentalidad del siglo XXI en el que debería estar asentado el respeto por la libertad de opinión, o donde la religión está cada vez más circunscrita al ámbito personal, constituyéndonos en jueces radicales sobre los hechos del pasado, es el mejor camino para no aprender nada y entender menos el pasado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *