LA IDENTIDAD DE LA POESÍA

Por: Kepa Murua


El poeta tiene miedo de la poesía. Cuando la poesía se convierte en una idea dominante, el poeta debe huir de ella. Puede parecer pretencioso, pero el poeta no es libre para sopesar el rumbo que sigue su poesía, pues a menudo él se deja emboscar, deja que ésta le domine en sus actos y no hace nada por revelarse. El poeta piensa en poesía, duerme y se levanta porque ha escuchado su voz, escribe viviéndola, no tiene ojos ni oídos más que para ella. El ensimismamiento es peligroso, pero la locura transitoria con el sinsentido de la mirada o la falta de reflejos con las palabras que se confunden con nuestros actos para interpretar lo que nos acontece a diario no es culpa de la poesía. Entonces el poeta debe abandonarse para dejar por momentos a la poesía sin temor a ser abandonado. Es como la identidad de uno: al principio necesitamos reconocer nuestro nombre para caminar erguidos, luego, estamos obligados a distanciarnos de él para conocer el ritmo de nuestros pasos y reconocer con otros ojos lo que creíamos un rasgo inequívoco de nuestra identidad. La poesía tiene su personalidad definida junto a rasgos contradictorios. Es palabra y a la vez silencio, es abismo y es látigo, es susurro y es sueño, es vida y es milagro. Pero cuando sentimos su inmenso poder y su eterno dominio, debemos reflexionar sobre lo que nos concede y lo que estamos dispuestos a perder. La poesía no es un modo de vida ni una constante fija para entender el mundo, la revelación de la poesía comienza con la rebelión del propio poeta. Se puede perder la razón o alcanzar cierta lucidez con ella, pero cuando se convierte en el único acicate de nuestra existencia es preferible detenerse en la reflexión y dejar que cada uno vuelva a sentir su camino, pues puede resultar pretencioso abarcar el mundo cuando la poesía nos ha inoculado su veneno.

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