MARIANNE MOORE: POETA ESENCIAL DEL SIGLO XX

La Closerie des Lilas

Magazine

Este mes, en nuestro Magazine, os traemos una poeta que descubrí hace poquito a través de la obra y la biografía de Ezra Pound. Y como es necesario vovler a mencionar las mujeres y poetas que han sifo relevantes en la historia de la literatura, hoy vamos a centrarnos en ella.

La poeta estadounidense Marianne Moore nació en 1887 en Saint Louis (Missouri). Estudió Biología en Bryn Mawr, y posteriormente se trasladó a Nueva York, donde residiría hasta su muerte, en 1972. Allí entabló amistad con William C. Williams y Ezra Pound, integrantes del grupo de poetas modernistas cuya obra vigorizó la literatura norteamericana de principios del siglo XX. Además de sus libros de poemas, publicó obras en prosa y algunas traducciones. La personal poesía de Moore fue admirada por sus compañeros de generación como fue Hilda Doolittle, T.S. Eliot, Wallace Stevens, y os mencionados Williams Carlos Williams o Ezra Pound, y en 1952 fue distinguida con los premios Pulitzer y National Book Award en poesía. 

Creció en la casa de su abuelo, un pastor presbiteriano, porque al inventor e ingeniero que era su padre lo enviaron a un hospital psiquiátrico desde antes de su nacimiento.

Trabajó como editora para la revista literaria The Dial entre 1925 y 1929. Muy aficionada al baseball, en especial a los Brooklyn Dodgers, y a menudo manifestaba este interés en su poesía. Su obra es más descriptiva y reflexiva que lírica o dramática, y en ella ofrece minuciosas descripciones de paisajes, animales y objetos. Su primer libro llevaba por título Poemas (1921); a éste le siguió Observaciones (1924), Poemas selectos de Marianne Moore (1935 con una introducción de T. S. Eliot), El Pangolin y otros versos (1936), Qué son los años? (1941), Sin embargo (1944), Poemas completos (1951; premio Pulitzer de 1952), Como un baluarte (1956), O ser un dragón (1959), El buey ártico (1964) y Dime, dime (1966).

Sus traducciones de Las fábulas del escritor francés Jean de La Fontaine aparecieron en 1954. En 1955 publicó Predilección (sobre sus escritores favoritos) y en 1961 Páginas escogidas de Marianne Moore.

Quizá sea, después de Emily Dickinson, la poeta más radical que han dado las letras norteamericanas. Moore logró crear un universo poético, tanto en el fondo como en la forma, muy distinto a lo que hasta entonces se había hecho. Poeta del mundo natural, muy poco dada al tono confesional, su poesía nace en el imaginismo de su generación y desemboca en el alumbramiento de una poesía construida con imágenes y símbolos de una belleza pura. 

Ocupa en la poesía del siglo XX, un lugar esencial.

Poesía son todos los nombres y verbos.

Os dejamos tres poemas de esta singular autora.

SILENCIO

Mi padre solía decir:

–La gente superior no hace visitas largas.

No hace falta mostrarles la tumba de Longfellow,

ni las flores de vidrio en Harvard.

Son autosuficientes como el gato,

que se lleva a la presa a un lugar privado;

la cola del ratón colgando floja de la boca.

A veces disfrutan de la soledad

y pueden quedarse sin palabras

al escuchar palabras que disfruten.

El sentimiento más profundo emerge durante el silencio;

no en el silencio, sino en la prudencia. –

Y no era hipócrita al decir –Haz de mi casa tu posada–.

Una posada no es un domicilio.


EL PEZ

vadea
el jade negro.
De los mejillones azul cuervo, uno sigue
moldeando dunas de ceniza;
abriendo y cerrándose a sí mismo como

un a-
banico roto.
Los percebes que forman una costra al margen
de las olas no pueden guardarse
ahí pues todos los haces sumergidos

del sol,
sueltos en hebras
de vidrio, avanzan con la agilidad de un foco
entre los resquicios de las grietas,
para adentro y hacia afuera, iluminando

así
el mar turquesa
de los cuerpos. El agua conduce una cuña
de acero contra el borde de acero
del risco, con lo cual siempre las estrellas,

con sus
granos rosados,
la medusa rociada en tinta, los cangrejos
como lirios tiernos, y los hongos
marinos, resbalan uno sobre el otro.

Están
todas las marcas
externas del maltrato presentes sobre esta
enorme estructura desafiante,
todas esas características físicas

del ac-
cidente: falta
de cornisa, muescas de dinamita, estrías,
y hachazos, estas cosas resaltan
sobre él; el costado del abismo está

bien muerto.
Una constante
evidencia ha probado que puede vivir
de lo que no puede revivir
su juventud. El mar en él se hace viejo.


¿QUÉ SON LOS AÑOS?

     ¿Qué es nuestra inocencia,

cuál nuestra culpa? Todos

     desnudos, ninguno a salvo. ¿Y de dónde

el valor: la pregunta incontestada,

la duda firme

–que calladamente llama, que sorda escucha–, que

en la desgracia, incluso en la muerte,

     da valor a los demás

     y, en su derrota, mueve

     al espíritu a ser fuerte?

Sabio y dichoso aquel que

     acepta que ha de morir

y en su prisión se eleva

sobre sí mismo como

el mar en una sima, luchando por ser

libre e incapaz de serlo,

     y en ese abandono

     halla supervivencia.

     Así se comporta

quien siente con vigor.

     Como el ave que al cantar

yergue su cuerpo creciéndose.

Aunque cautivo, su poderoso canto

dice qué vulgar es la satisfacción,

qué pura la alegría.

     Esto es ser mortal,

     esto es ser eterno.

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