Por: Tomás Sánchez Rubio
I fioretti di san Francesco ─en castellano, Las florecillas de san Francisco─ es una obra hagiográfica anónima del siglo XIV que narra, en italiano y latín, la vida y milagros de Giovanni di Pietro Bernardone, más conocido por Francisco de Asís (1182-1226), así como la trayectoria de sus primeros hermanos; también narra la evolución y división de la Orden Franciscana a lo largo de sus primeros cien años. El caso es que en el capítulo XXI de esta obra, se cuenta cómo el santo amansó, de manera admirable, a un lobo ferocísimo: «En el tiempo en que San Francisco moraba en la ciudad de Gubbio, apareció en la comarca un enorme lobo, temible y feroz, que devoraba a animales y a hombres. Tenía aterrorizados a todos los habitantes, ya que con frecuencia se acercaba a la villa. Era tal el miedo, que nadie se aventuraba a salir de ella. San Francisco, entonces, movido a compasión de la gente del pueblo, quiso salir a enfrentarse con el lobo, desatendiendo los consejos de los lugareños que querían a todo trance disuadirle. Haciendo la señal de la cruz, salió fuera del pueblo con sus compañeros. Como estos vacilaran en seguir adelante, San Francisco se encaminó resueltamente hacia el lugar donde estaba el lobo. He aquí que, a la vista de muchos de los habitantes que lo habían seguido en gran número para ver este milagro, la fiera avanzó al encuentro de San Francisco con la boca abierta; acercándose a él, San Francisco le hizo la señal de la cruz, lo llamó a sí y le dijo:

–¡Ven aquí, hermano lobo! Yo te mando, de parte de Cristo, que no hagas daño ni a mí ni a nadie.
Apenas trazó la cruz San Francisco, el terrible lobo cerró la boca, dejó de correr y, obedeciendo la orden, se acercó mansamente, como un cordero, y se echó a los pies de San Francisco…»
Según contaba José Ángel Ezcurra, el nombre de la revista satírica Hermano Lobo (1972-1976) se le ocurrió al genial Manuel Summers, humorista y director de cine onubense de entrañable recuerdo, a partir del episodio del encuentro entre san Francisco y la fiera; del mismo modo, también ─según Ezcurra─ quería hacer referencia a la célebre locución latina “Homo homini lupus” (“El hombre es un lobo para el hombre”), creada por el comediógrafo romano Plauto, pero popularizada más tarde por Thomas Hobbes en su obra De cive. Hobbes, como saben, era un filósofo inglés del XVII conocido sobre todo por ser el autor de Leviathan, obra que toma el título del nombre de cierto temido monstruo bíblico para explicar y justificar el concepto de un Estado absolutista que subyuga a los ciudadanos…
El semanario Hermano Lobo vio la luz por vez primera el sábado 13 de mayo de 1972, al precio de 15 pesetas y con un sugerente subtítulo: «Semanario de humor dentro de lo que cabe». Enmarcado, pues, en los años finales del régimen del general Franco, desapareció con la transición democrática, en el verano de 1976, tras un recorrido de doscientos trece números. Aunque editada por José Ángel Ezcurra y Ediciones Pléyades, su principal impulsor fue el escritor y dibujante donostiarra Chumy Chúmez, dispuesto a presentar batalla a La Codorniz (1941-1978) ─donde él mismo había trabajado hasta el momento─ con una revista menos densa y más visual. La nueva publicación presentaba un gran volumen de ilustraciones gráficas combinadas con artículos breves en un número de páginas reducido. Aparte del uso de las viñetas, se utilizaban grabados antiguos, collages y fotografías; todo ello con finalidad paródica y resultado tremendamente original en la época. La portada del primer número fue obra de un jovencísimo Andrés Rábago García bajo el seudónimo Ops, conocido más tarde como El Roto. Su diseño estaba inspirado en la publicación francesa Charlie Hebdo, predecesora de la actual del mismo nombre. Constaba de dieciséis páginas de gran formato, con dos grapas a caballete, papel grueso de buena calidad, impresión en dos tintas, poco texto e ilustraciones de gran tamaño. Pronto se convirtió en la revista de humor de referencia del tardofranquismo. La revista conoció pronto un rotundo éxito, lanzando cien mil ejemplares a la calle que con el tiempo llegarían a ser ciento cincuenta mil. Lo cierto es que a principios de los setenta, el boom del humor gráfico político se estaba gestando en los diarios y revistas de información. Las revistas de humor para adultos que existían en aquel momento ─La Codorniz y Mata ratos (1964-1974)─ dejaban espacio para que saliera una publicación con una actitud más beligerante y crítica con la sociedad y la clase dirigente españolas de la época. Comenzaban unos años de gran pulsión política que Hermano Lobo supo explotar haciendo uso de la sátira y el humor, esas dos herramientas del crítico de cualquier poder establecido.
El año 1972, el de la aparición del semanario, fue un año interesante, la verdad, tanto en lo que respecta al panorama internacional, como en nuestro país. En los Estados Unidos, inmersos en la interminable guerra de Vietnam y donde en noviembre revalidaría la presidencia el californiano Richard Nixon, tendrían lugar notables estrenos cinematográficos: en taquilla arrasaban La aventura del Poseidón y el musical Cabaret, de Bob Fosse. En los Premios Óscar, triunfaría El Padrino, de Francis Ford Coppola, como mejor película. Su protagonista, Marlon Brando, hacía doblete con un polémico papel en El último tango en París, de Bernardo Bertolucci, aquel peculiar filme que provocó colas enormes de españoles en las salas de Perpiñán. Por su parte, El discreto encanto de la burguesía, de Luis Buñuel, se llevaba en Los Ángeles el galardón a la mejor cinta extranjera. Mientras, en España, se estrenaba en TVE el surrealista, desconcertante y brillante mediometraje La cabina, dirigido por Antonio Mercero. En las ondas la radionovela Simplemente María mantenía en vilo a miles de familias durante la sobremesa; y un popular cantante melódico, el alicantino Jaime Morey ─conocido al principio de su carrera como “La voz de arena”─ nos representaba en Eurovisión.
El periodista José Ángel Ezcurra editaba, además de Hermano Lobo, otras revistas de éxito como la publicación semanal Triunfo, que, conun título marcadamente irónico, encarnaría la cultura y las ideas de la izquierda española en los años sesenta y setenta. Había aparecido en el año 1946 como revista de información y crítica teatral y cinematográfica. Estas dos artes nunca dejaron de ser tratadas en la posterior etapa de la publicación, aunque cediendo paso a contenidos de política exterior, menos interferidos por la censura que los nacionales, aunque con el tiempo tratara también temas de política interior. Precisamente en Triunfo el equipo inicial de Hermano Lobo lanzó un manifiesto en que proclamaban sus intenciones: la nueva publicación quería ser un lobo que removiera la placidez de esa “cabaña ovina a la que todos pertenecemos por nacimiento”… Al igual que otras publicaciones satíricas de la época, Hermano Lobo sufrió algunas sanciones. El 12 de abril de 1975, por ejemplo, el número 153 recibió una querella del fiscal “por menosprecio a la Justicia”, a causa del chiste de Ramón que ocupaba la portada.
Por su parte, José María González Castrillo (1927-2003), más conocido por Chumy Chúmez, fue, aparte de humorista gráfico, escritor y director de cine. Formado como profesor mercantil en su San Sebastián natal, posteriormente estudió dibujo y pintura. Debido a su pasión por el arte se trasladó a Madrid, lugar en el que se dedicaría al humor, al principio en periódicos de forma esporádica y más tarde de forma fija en los semanarios mencionados La Codorniz y Triunfo, así como en el diario Madrid, del que fue habitual de la tercera página hasta que fue suspendido por orden gubernativa en el año 1971.
Clave en la popularidad de Hermano Lobo era el magnífico plantel de colaboradores con el que, junto a Chúmez, contó desde un primer momento la revista: Manuel Summers, que ya en los sesenta había conocido el éxito como director de cine con memorables películas como Del rosa al amarillo o La niña de luto; Antonio Fraguas “Forges”, técnico de TVE a los catorce años y cuyo primer dibujo había publicado el diario Pueblo en 1964… Miguel Gila, Jaume Perich, Quino y un largo etcétera de dibujantes, trabajaban al lado de intelectuales que ejercían de articulistas, unos en los comienzos de su carrera y otros ya consagrados: Francisco Umbral, Manuel Vázquez Montalbán ─que firmaba con el nombre de “La Bella Encarna”─, Manuel Vicent… Incluso el polémico Jimmy Giménez Arnau colaboraba con una columna bajo el seudónimo de Jimmy Corso. Emilio Cruz Aguilar, historiador, investigador y poeta, con su sección «Las cassettes de Mc Macarra», se hizo especialmente popular entre el público joven. Con un humor cáustico e irónico, con textos repletos de guiños y complicidades con sus lectores, las personas que hacían cada semana Hermano Lobo sorteaban con imaginación la censura y dejaban en evidencia los vicios de la clase política y de la sociedad de una época en su conjunto. Dos años más tarde de su creación, tres puntales de la revista: Perich, Montalbán y Forges fueron contratados por el empresario José Ilario ─posterior creador de Interviú y El Jueves─ para un nuevo proyecto, la revista Por Favor, que en cierto modo estaba llamada a sustituir a Hermano Lobo en aquellos tumultuosos e incomparables años de la Transición.